El problema del uso de los símbolos es que para ser regulado o sacrifica uno la libertad de expresión o mortifica la inteligencia. ¿Por qué es más higiénico un bañador que unos calzoncillos, un tanga trepanador que unos bragones de rodilla? ¿Prohibiríamos bañarse vestido a un tipo cualquiera en la playa o sería distinto con chilaba? ¿Una novia que se bañara con su traje y sus ínfulas sería increpada?

Creo que, como siempre, lo más fácil es prohibir con normas porque trasladan tranquilidad a una población que ha abdicado de sus responsabilidades (casi siempre vinculadas al estudio y el conocimiento). Y las normas se podrán disfrazar pero suponen la opción más rápida para perder nuestros derechos. Entrar al debate de si se debe prohibir el hiyab en los institutos es tomar partido en una polémica inexistente, lamentablemente fomentada muchas veces por decisiones judiciales nada claras; los centros educativos tienen normas de comportamiento muchas de ellas muy extendidas en su uso, como no llevar cubierta la cabeza o el rostro en clase: admitir el debate dejando entrar lo religioso en el mismo sería darle una carta de racionalidad que no tiene. Y esto vale también para las monjas que estudian en centros públicos y llevan el pelo cubierto.

No comparto la supuesta respetabilidad de las creencias religiosas, normalmente suele ser una estrategia para, en “amplia tolerancia”, colar tus propias psicopatías. Eso de la Alianza de Civilizaciones o el ecumenismo global son fallas de un sistema sin ideas, inconsecuente y que firma su propia condena a la hoguera, degüello o lapidación (qué humanos) a las que las religiones nos tienen acostumbrados. La religión es un sentimiento privado y como todo lo privado debe estar sometida al cuerpo legal correspondiente; a mí me puede encantar, en mi intimidad, entrar en éxtasis expeliendo truños a zonas elevadas, pero eso no justifica que se pueda permitir por muy celeste que sea mi sentir. Se debe respetar que como individuo el creyente tenga fe en lo que le dé la gana, pero la expresión de la misma debe estar sometida a la crítica pública tanto como cualquier expresión artística o científica, ¿por qué habría de tener una regulación o protección específica?; y, en cualquier caso, una creencia personal no puede condicionar en ningún sentido la vida en común. La religión debe tener el mismo estatus que cualquier otra manifestación humana, como la poesía o el sinfonismo. ¿Por qué puedo ironizar sobre don Mariano Rajoy y no hacer una parodia de procesión con una vagina por la calle o con Mahoma en una revista satírica?

Y yo daría otro paso si no queremos equivocarnos más aún. Es imposible analizar lo que un individuo piensa, y sería quebrantar su libertad e intimidad; eso es así. Pero en cuanto una religión tenga un cuerpo de creencias explícitas y un reconocimiento público debería estar sometida a la Ley o ser disuelta de inmediato; con respecto a la consideración de la mujer, ni el Islam ni el Cristianismo deberían ser legales hace mucho. Y no se trata ni de intolerancia ni ataque, en absoluto, porque las claves son la separación de poderes, los derechos humanos, la libertad de ideas, el horizonte de la igualdad y el placer y la felicidad como fines sagrados de la vida humana, todo en un régimen de análisis crítico público. Neoilustración, y uso el término “ex novo” sin aludir a ninguna corriente de pensamiento concreta.

No es un ataque a las religiones, es una defensa de la verdadera libertad y de la verdadera ética, frutas ambas de la humanidad y sus defectos, no inspiradas por un ente más allá de lo sensible que usa al elegido para comunicarse. Ver a toda una Francia mover el culo porque el Vaticano no admite las credenciales de un embajador homosexual, ver a una ministra europea taparse el pelo porque un gobierno musulmán no tolera que una mujer decida sobre su aspecto, ver el fanatismo de esos terroristas iluminados (no muy distinto del pasado criminal del cristianismo, hoy ciertamente más refinado), las polémicas sobre si una mujer debe hacer deporte en bragas o mono de licra integral, el hiyab, el hábito monjil, el burkini…

Los Estados deberían estar pendientes a través de los centros públicos de enseñanza de promover no una falsa idea de la tolerancia que sólo da alas a energúmenos controlados por intereses espurios, sino promover los cimientos para que cada individuo decida hacer con su vida lo que quiera, evitando toda imposición teológica. No hay nada inmoral (ni malo) en la homosexualidad, ni en la sexualidad pura y dura, ni en la blasfemia, ni en la desnudez, ni en las ideas con el límite siempre del respeto a la individualidad del próximo, no se debe ser tolerante con quienes promueven la intolerancia, es una trampa ideológica. Siempre han existido pensadores que tenía claro qué eran los dioses: desde materia como decía Epicuro a el sentido del acontecer de Aristóteles, pero en los últimos quinientos años la acumulación de datos es tan abrumadora que debería ser delito tratar como asignatura la religión salvo su historia, cultura, formas de expresión artística, ¿cómo va a ser igualmente respetable (y evaluable) el bosón de Higgs que la virginidad de María, la resurrección de Lázaro o la ascensión a los cielos del profeta? Otorgar algo así nos deja indefensos ante estos lobos con pieles de cordero de dios, porque nos iguala, y no es lo mismo. No.

Éste debería ser el marco legal en todo el planeta, ésta es la vía a desarrollar por parte de un progresismo de tradición internacionalista (en todos los ámbitos de la sociedad), porque lo otro son monsergas de imán o púlpito que casi siempre colaboran en mantener la estructura de una sociedad en la que las clases están bien diferenciadas (como Dios manda); ya lo dijo aquel galileo: a Dios lo que es de Dios, pero al César lo que es del César, no sea que confundamos.

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