La cultura es el rastro que queda cuando se camina en la niebla por los ríos de una Babel inundada.

El escalofrío del verbo mirando un cuerpo desnudo en su reminiscencia.

No está en un anochecer o en un abrazo, ella es el abrazo y el anochecer.

Se expresa en nubes de símbolos y actos involuntarios.

Ríe como nadie, llora sin consuelo.

Hojas abiertas, racimos de horas y gestos incognoscibles.

Quizá sea la irracional verdad que ya no posee el polvo de los libros, el olor a bosque o la remembranza fugaz de un beso.

Buscad y hallaréis, nos dijeron.

Como las fuentes del conocimiento hallan la sombra para refrescarse.

Busca dentro para saberlo más allá, evanescente, el día que escapes de ti.

Ofrece tu mirada insondable a los espejos, a los mares embravecidos y al viento en el que navegas.

Por ello en los insomnios te llenas tanto de palabras.

Ya que está en ti, sé tú para encontrarla. Que tu sincera desnudez recorra aquellos instantes únicos, esos que a través de tu piel originan nuevos colores que pintan los árboles del atardecer.

Cultura que evoca el ahora de un ayer ubicuo.

Formas que trascienden las líneas de sus horizontes.

Musgo suave tallando la piedra con el roce de la lluvia.

Cada gota que resbala abandona su huella en tránsito terrenal.

Existe porque tú la miras y ella te sigue, a veces por delante de tu sombra.

Cultura.

 

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