El presidente del Gobierno de este país es un hombre tremendamente ocupado que no tiene tiempo ni ganas ni necesidad de ocuparse de ciertas cosas mundanas, como por ejemplo saber de dónde vienen y a dónde van los dineros que llegan a su partido y cuántas manos indeseables se cuelan en estos tránsitos incontrolados. Eso es ahora en 2017, y se entiende, claro, como no podía ser de otro modo. Faltaría más. Estamos hablando del mismísimo presidente del Gobierno español, don Mariano Rajoy Brey.

Por eso ha aparcado su intensa actividad pública durante algo menos de dos horas para sentarse ante la justicia y responder a las preguntas que se le formulen, como un ciudadano español más. Supuestamente. Lo chocante del asunto es que lo hacía en calidad de testigo y durante muchos minutos de la testifical daba la impresión de que se defendía de acusaciones vertidas directamente contra él, y lo hacía como gato panza arriba ante diestro y siniestro con un aparta de mí ese cáliz que yo no sé de qué me hablas, bellaco.

Estamos hablando del mismísimo presidente del Gobierno de España desde hace ya más de cinco años. Rajoy no se dedica a esas cosas, juega en otra división. Pero si echamos la vista atrás en un ejercicio de memoria selectiva y ponemos la lupa sobre el Mariano Rajoy de hace más de 20 años, con la barba menos cana, el pelo igual de oscuro y menos ralo, pero con los mismos tics gestuales que tanto juego han dado y dan, y tantas tempestades despiertan entre los analistas faciales, otro gallo supuestamente cantaría. Pero no ha cantado.

No, en absoluto, jamás, lo desconozco por completo, yo no me preocupo por esos temas… Una retahíla de despejes a lo Íker Casillas que no han sorprendido a nadie a estas alturas de conocer al personaje durante décadas ya, pero que sí ha dejado un regusto de indefinición en la ciudanía. Entre creer lo increíble o hacer de tripas corazón y reconocer que, bueno, vale, Rajoy no tiene por qué saberlo todo de todos y en todo momento. Tampoco es dios aunque lo parezca.

Y eso que la cosa comenzó con una escenificación de memoria prodigiosa por parte del presidente del Ejecutivo. “Lo recuerdo perfectamente”, respondió en varias ocasiones al comienzo del interrogatorio. Pero la intensidad de sus células grises fue decayendo en picado conforme avanzaba la batería de preguntas. Rajoy suma ya 62 primaveras, no lo olvidemos. A partir de ahí los “no recuerdo” fueron más numerosos y habituales. Aunque qué duda cabe que los “jamás” sonaban más contundentes cuando se le hacía alusión a cualquier relación con la corrupción en su partido y en antiguos compañeros de filas.

Por aquellos años él ya era responsable de campañas electorales del PP y vicesecretario del partido, pero que conste en acta que su trabajo era de carácter estrictamente “po-lí-ti-co”. Así deletreado, poco a poco, para que se entienda clarito y no deje lugar a dudas razonables. Los dineros y las cuentas los manejaban otros compañeros.

¡Vaya por dios! Político hasta la médula y hasta el final, precisamente el hombre que ha hecho del número un dios omnipotente al que profesar culto mutado en capital y convertir el techo de déficit en prácticamente su única suprema razón de ser política.

En aquellos lejanos años de vino y rosas Rajoy no era precisamente ya un militante de base más que pasaba por allí. Pero este 26 de julio de 2017, desde un primer momento, ante un tribunal que lo ha tratado con guante de seda tras entrar en la sede judicial con alfombra roja por la puerta del garaje, Rajoy ha jugado de local y el partido, que se supone que empezaba cero a cero, se decantaba muy pronto de su parte sin un tic de más. Valga de referencia la apreciación del presidente del tribunal cuando recriminó a uno de los abogados que lo interrogaban: “Si dice que no lo sabe es bastante. Siguiente pregunta”. Rajoy lo agradece sin contemplaciones con un nuevo tic, no el que utiliza para negar contundente con un “jamás, sería ilegal”, que es el de acercar el entrecejo con un esbozo de sonrisa socarrona y una mirada irónica oculta tras sus gafas.

Sentado a la diestra del tribunal que juzga, a apenas un metro de distancia de los tres magistrados, la misma distancia que lo separa de los abogados defensores de los imputados, que se encuentran a su siniestra. En el estrado. Así ha declarado Mariano Rajoy como testigo en la famosa macrocausa por corrupción relacionada directamente con el partido que preside.

La dinámica desde las 10.07 horas hasta las 11.58 ha sido de película hollywoodiense en todo momento, que se podría resumir con un título no menos peliculero: alfombra roja, guante de seda. Así ha sido tratado en la Audiencia Nacional el presidente del Ejecutivo español tanto por el tribunal que juzga uno de los casos de corrupción más importantes de este país relacionado directamente con el partido en el gobierno como, ya no sorprendentemente, por la defensa de uno de los grandes ausentes de la sala, Luis Bárcenas, el ex tesorero del PP.

Por primera vez un presidente del Gobierno en activo en España se sienta ante un tribunal de justicia. Y lo ha hecho siendo Mariano Rajoy en estado puro, de principio a fin. Desde una mesita pequeña de madera en la que solo sobresalía un micrófono, el presidente del Ejecutivo español comenzó creyendo por un momento que estaba en la carrera de San Jerónimo ante sus señorías los diputados, pero el magistrado juez que enjuicia el caso Gürtel lo sacó rápidamente del ensimismamiento y Rajoy ya no tuvo más remedio que acortar con sus interlocutores la intensidad de su chulería pertinaz, su altanería insultante y su cortante verborrea por momentos faltona. Tuvo que bajar de esa parte del cielo en que a veces se instala cuando está en el hemiciclo del Congreso de los Diputados para limitarse ante sus señorías a un sí o un no, o a lo sumo un “jamás”. Tampoco el presidente del tribunal estaba para fiestas y no quería situarse en esa zona incómoda que otorga la equidistancia cuando es todo un presidente del poder ejecutivo el que visita la casa del poder judicial.

Y mientras Rajoy estaba allí, Bárcenas no. Todo parecía un microcuento de Monterroso más, no el del dinosaurio. Otro similar, en el que también estaba presente un ser ancestral cuando despertó.

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