¡Quita tus sucias zarpas de encima, mono asqueroso!, gritaba Charlton Heston en la escena cumbre de la película “El planeta de los simios” a uno de los carceleros que le han secuestrado y sometido a una durísima represión a base de azotes, manguerazos y cargas a caballo. Como un Charlton Heston celtibérico, Mariano Rajoy, erigido como líder indiscutible de la resistencia humana frente a los simios, en una reunión llamada “La convención del PP”, formada por un puñado de valientes de los llamados “barones”, máximos dirigentes de la resistencia en sus respectivas provincias, dejó para la historia de los homo sapiens esta inolvidable frase: “Pedimos el voto de los seres humanos normales, millones de españoles que son gente honrada, que trabaja, que siente a España”. Eso dijo el guía supremo. Una frase que ya puede consultarse en todas la hemerotecas y cuyo eco nunca se extinguirá. Unas palabras que condenan a un segundo puesto en el escalafón de frases célebres, a las pronunciadas por otra gran dirigente de la resistencia humana: Dolores de Cospedal y su inolvidable monólogo humorístico: “el finiquito”. “Pedimos el voto de los seres humanos normales”, con estas sencillas y a la vez profundas palabras, Mariano Rajoy en plan Charlton Heston, iniciaba su revolución, su reconquista, su lucha para recuperar un terreno que, según todas las encuestas, estaba empezando a serle arrebatado por los simios de siempre. Una vez más la España de los seres humanos, la de los honrados, que trabajan y sienten a España, le pedía su ayuda para acabar con la arrogancia y la insolencia de los ladinos comeplátanos.

Porque ya estaba bien de tantas revueltas y manifestaciones, de movimientos contra la privatización de la sanidad y los recortes en la educación, de las plataformas anti desahucios, de huelgas, escraches, manifiestos…etc, donde los simios daban rienda suelta a todo su cabreo, a toda su frustración y rencor. Ahora se explica la honda preocupación y la llamada de Mariano/Charlton a sus devotos barones pidiendo la unidad de las personas humanas frente a los simios. Unos seres que han estado muy mal acostumbrados, y ya se sabe que no hay peor cosa que un simio mal acostumbrado. En las últimas décadas se han ido habituando a tener derechos y libertades, a disfrutar de un trabajo y un salario digno, de una vivienda decente con frigorífico, lavadora, microondas, televisión de plasma, lavavajillas, calefacción, bidet…¿y qué más pedían esos primates por sus peludos hocicos?, ¿acaso un coche con aire acondicionado?, pues también se les dio la oportunidad de tenerlo y pagarlo en cómodos plazos. Y además, y por si todo lo anterior fuera poco, se habían acostumbrado a gozar de un sistema sanitario de los mejores del mundo, de una educación pública de calidad donde los cachorros simios podían estudiar en los mismos institutos y universidades donde lo hacían los hijos de los humanos.

También se les había facilitado el acceso a la cultura a través de Centros culturales, Casas de la Cultura, bibliotecas….etc. Y qué más querían los señores, ¿acaso un jamón con chorreras?. Pues también llegaron a catarlo y como todo aquel que cata ese jamón y el resto de cosas buenas, ya no quieren otra cosa. Se les ha acostumbrado mal y pasa lo que pasa. Muchos buenos seres humanos que sentían a España, a la España humana normal, llevaban ya mucho tiempo alertando del peligro de que los antropoides pudieran acomodarse a ese horror, a ese engendro, ese invento diabólico llamado “Estado del bienestar”. El tiempo les ha dado la razón y ahora, de aquellos polvos: “España se constituye en un Estado social, democrático y de Derecho, que además, debe propugnar como valores superiores de su ordenamiento jurídico los principios de libertad, justicia, igualdad y pluralismo político” y otras chorradas por el estilo, vienen estos lodos. Porque, y esto es lo más increíble, lo simios, y aquí se ve su vana condición, se lo habían creído. Los muy ingenuos e insensatos han tomado al pie de la letra esas palabras y de hecho, y esto es lo peor, han vivido durante años una realidad que coincidía, más o menos, con esta declaración de principios recogida en el capítulo primero de la Constitución. Y ahora exigen que se cumpla ese artículo y vuelvan esos buenos años del Estado del bienestar.

Es el colmo. Rajoy y sus aguerridos barones resisten, inasequibles al desaliento, los furiosos embates de estos advenedizos, las continuas oleadas de protestas de esas simiescas mareas, esas manifestaciones donde, gracias a Dios, no hay un solo humano normal. Todas, absolutamente todas, la marea blanca de la sanidad, la verde de la educación, la roja de la ciencia, los yayoflautas, las marchas de la dignidad, el movimiento 15-M, el movimiento rodea el congreso, los antidesahucios…etc. están formados por simios. Algunos humanos, los tibios, los moderados con cierto tufillo a mono, decían que si durante décadas fue posible y sostenible ese Estado del bienestar, por qué ahora no. ¡Pues por que no y punto!, le contestaron los humanos normales, que no pueden soportar oír hablar de los tiempos en que los simios se vinieron arriba y se convirtieron en pequeños burgueses que se iban en verano con sus familias a pasar un mes de vacaciones a Gandía, a un apartamento propio con vistas al mar. Un mar que ya no puede verse con tanto bloque de apartamentos, aunque es justo reconocer que muchos humanos se hicieron de oro especulando con los terrenos y edificando las imponentes moles de hormigón con sus miles de celdillas desde donde los simios, en camiseta de hombros, con una cerveza y una bolsa de patatas fritas, se asoman a la ventana a ver el mar o, si esto no es posible, a la vecina del bloque de enfrente, a ver si se quita de una vez el bikini.

Pero Rajoy y sus humanos normales no se han quedado con los brazos cruzados, y han luchado por marcar las diferencias con los otros homínidos. Para cuadrar las cuentas y pagar los intereses de la deuda, una deuda de un billón de euros, que el año pasado alcanzó casi el cien por cien del PIB, han procedido sin reparo ni miramiento alguno, sin complejos, a recortar de una manera brutal todo el gasto social destinado principalmente a los simios. Después hicieron una reforma laboral que recortó, de un plumazo, derechos que a partir de ahora solo quedarán reservados a los humanos normales. También se hizo un gran rescate con fondos públicos a las cajas y a los bancos comidos hasta el tuétano por las garrapatas que formaban sus consejos de administración. Y lo hicieron guiados por esta máxima: privatizar beneficios y socializar pérdidas. Y como colofón a su noble tarea de restauración del natural orden zoológico, han aprobado una ley de seguridad ciudadana, que los taimados cuadrúmanos han rebautizado como “ley mordaza”, que impide a las hordas el único derecho, el último recurso que les quedaba, el recurso del pataleo. Con la excusa de actuar contra los violentos, esta ley dice que se actúe contra cualquiera que asista a una manifestación, aunque casualmente pase por allí. Para qué molestarse en detectar, identificar y detener a los violentos, cuando se puede criminalizar a todos los manifestantes dándoles donde más les duele, en la cartera. Por ese sistema, para acabar con los carteristas del metro, lo mejor sería cerrar el metro.

En esa ya legendaria convención del PP, a la que aludía al principio de esta crónica, Mariano Rajoy puso, una vez más, las cosas en su sitio, definió a los no “humanos normales” como “demagogos, populistas, sectarios y frívolos”, él mismo se definió como “honrado, sensato, con seriedad, temple, firmeza y confianza”, y a los suyos como “sensatos, eficaces, formados, preparados, cualificados, experimentados, profesionales, realistas, trabajadores, no derrotistas y con las ideas claras.”     Después de brindar y beber considerablemente, y ya a punto de cantar el “Asturias patria querida”, un Rajoy eufórico dijo que habían salvado a España. Nada más lejos de la verdad. A España la ha salvado, y la sigue salvando, la solidaridad de las familias, los ahorros y las pensiones de los jubilados. La salva a diario el gesto de echar a la olla una patateja más, media pastilla de Avecrem y una jarra de agua, mientras se dice: “quédate a comer, que donde comen cuatro, comen cinco”. Cosas de simios.

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