viernes, 29marzo, 2024
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Credo

Jesús Ausín
Jesús Ausín
Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.
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análisis

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Las sirenas de la policía sonaban cada vez más cerca. Desde la terraza aledaña, Arminda, escondida tras los visillos, observaba la actuación policial. Su vecino Rutilio, un joven altivo, malhumorado y problemático, había matado a sus padres con un cuchillo de cocina y amenazaba con acabar con su hermana pequeña si no le dejaban marchar.

Rutilio, fue un niño consentido. Desde pequeño, cuando paseaba con sus padres y, como todo niño, se encaprichaba de una chuchería del escaparate de la tienda de golosinas, si le decían que no, empezaba a berrear con una fuerza que hacía daño en los oídos. Sus padres, para que se callara, le compraban el Chupachús, las gominolas, las nubes o lo que el histérico zagal se le hubiera antojado con tal de que dejara el escándalo.

Tuvieron que dejar de bajar al parque con él porque hacía lo mismo cuando veía a otro niño o niña jugando con un juguete. Él siempre quería el que estaban usando los otros. Aunque entre los suyos hubiera otro igual. Allí, además de gritar como un demente, se daba cabezazos contra el poste del tobogán. Y si eso no funcionaba, acababa liándose a mamporros con el niño de la disputa. Claro que alguna que otra vez, salía trasquilado, sin juguete y con su ego destrozado.

Cuando llegó a la pubertad, empezaron los problemas serios. No le gustaba estudiar. En realidad no le gustaba hacer nada. No iba al colegio. Cuando le castigaban, no hacía ni caso y seguía comportándose como si no fuera con él. Como método de presión, empezaron a retirarle la paga. Él les robaba el dinero del cajón de la ropa interior dónde su madre lo guardaba. Dejaron de esconderlo allí. Pero fue peor, porque cuando le dejaban solo revolvía todos los armarios hasta encontrarlo. Así que decidieron que no habría más dinero en metálico en casa que el de las carteras. Entonces empezó a llevarse cosas de casa para empeñarlas o venderlas en la calle.

Algún tiempo más tarde, cuando ya no había nada que vender, ni televisión, ni joyas, ni aparatos de radio, equipos de sonido o consolas de videojuego, empezó a amenazar a sus padres para que le dieran dinero. Cuando se negaban, empezaba a romper cosas. Platos, jarrones, cuadros, puertas, … hasta que, como siempre acababan dándole el dinero solicitado con tal de que parara.

Llegó el día en el que su padre, harto de la tiranía y el despotismo del niño, se enfrentó a él. Quiso echarle de casa y el que acabó en la calle fue el progenitor. Con un labio partido, un ojo hinchado y varias contusiones en los brazos y en el pecho. La hermana llamó a la policía. Estos llegaron y detuvieron a Rutilio quién acabó internado en un Centro de Menores, durante unos cuantos meses.

Eso fue el punto de partida de una espiral que acabó con la policía rodeando el edifico, los progenitores acuchillados y la hermana muerta de miedo en la terraza del piso, sujetada por la hoja del cuchillo que le rozaba el cuello, que Rutilio sostenía con su mano derecha mientras con la izquierda inmovilizaba sus brazos.

Porque a la salida del Centro de Menores, las discusiones ya no eran por si el niño estudiaba o no. Ya no eran por que se pasara todo el día encerrado en su cuarto, saliendo por la noche, llegando de madrugada, rompiendo cosas para pedir dinero, robando en tiendas para conseguirlo o vendiendo papelinas. Los enfrentamientos ahora se producían cada vez que el padre hablaba. Cuando se encontraban en el pasillo o cuando se cruzaban en la puerta de casa mientras uno iba a trabajar y el otro volvía de juerga. De tal forma que el padre no podía estar en casa mientras Rutilio estuviera, aunque fuera dormido, por si despertaba.

La situación se volvió tan desesperante que Baudilio, el padre, acabó yéndose a vivir una temporada a casa de sus cuñados.

Hasta ayer que se hartó y volvió aprovechando que Rutilio se había ido, llamó a un cerrajero cambió la cerradura de casa y puso cuatro cosas de ropa del niño en una bolsa de basura y se la dejó en la puerta con una nota. Cuando Rutilio llegó a casa, vio la bolsa y no pudo abrir, la emprendió a golpes con la puerta. Arminda, asustada, llamó a la policía. Llegaron, lo arrestaron y lo llevaron a comisaría. Diez horas más tarde, volvió a casa de sus padres llorando, suplicando que le abrieran y asegurando que había aprendido la lección.

Cuando abrieron la puerta, se fue directamente a la cocina, cogió el cuchillo más grande, buscó a su padre y sin mediar palabra se lo clavó en el cuello. Su madre llorando y gimiendo del miedo, intentó impedirlo y se llevó otra cuchillada. Esta en el corazón.

Arminda, habla con la policía mientras le observa detrás del visillo. Se oye un disparo, el cuchillo cae al suelo, la hermana se desembaraza de su atacante y este cae para adelante al vacío.

 


 

Credo

 

«Para evitar la crispación es mejor mantener a Franco en su mausoleo.

Y prohibir que los maricones se besen en la calle.

Y que las tías conduzcan.

Y que los negros vayan al médico.

Cualquier cosa que crispe hay que evitarla, porque lo bonito es que no haya crispación»

Gerardo Tecé, modelo, actriz, periférico y filósofo millennials

 

Siempre he entendido que la democracia no solo es el ejercicio del gobierno por el pueblo a través de sus representantes, sino más bien una sociedad en la que se respeten todas las creencias y sobre todo se respete a los demás. La libertad de expresión, la de prensa y la de movimiento, no son sino ramificaciones de ese respeto hacia la libertad del individuo.

La libertad siempre debe ir unida a la educación en valores de tolerancia y a una ética que le haga comprender al ciudadano que por cada uno de sus derechos, hay un deber que también debe cumplirse y que, sobre todo, y en cualquier acto que se haga en sociedad, la libertad de uno finaliza donde acaba la de los demás.

Uno en la intimidad puede hacer casi lo que le de la gana, porque no hay peligro de molestar a los demás. Pero cuando se está con otros ciudadanos, siempre debe tener en cuenta que sus ideas, sentimientos, gustos y fobias son subjetivas y que por tanto, pueden ser objeto de réplica, crítica y contraposición por parte de otros. Creer que tus creencias son irrefutables, intocables y superiores a las de los demás es tiranía.

Todo esto viene a cuento de la polémica suscitada por los medios de propaganda neofascista sobre el auto del Juez emitido para la búsqueda y captura del actor Willy Toledo. Porque la razón de nuestra crítica no va dirigida tanto a la orden de detención en si, sino a que esta venga producida por una demanda de quién no respeta a los demás y se vale de su ideología (y visto lo visto, de los que deben impartir la justicia a quines se dirige) y sobre todo de su posición como abogado para llevar al juzgado a todo aquel que se le ocurra ridiculizar o poner en solfa sus creencias que solo son intocables en su ámbito privado. Por tanto, admitir a trámite una querella que va en contra del fundamento de la libertad de expresión y de la de credo, es como admitir otra que denuncie a estos fundamentalistas fascistas porque muestran discrepancia en público contra nuestro ateísmo.

La cuestión no es si Willy Toledo debe ser detenido por no acudir al juzgado. La cuestión es que jamás debería haber sido citado para tan estúpida denuncia. Porque, como digo, a ese juego podemos jugar todos y empezar a demandar a todo hijo de vecino por herir nuestros sentimientos. Desde Albert Rivera, que a muchos nos produce un tremendo desasosiego y una antipatía que nos revuelve el estómago, con solo verle en la tele, hasta los propios abogados cristianos que nos provocan ira y zozobra, además de una tremenda rabia.

Si además la propia Constitución declara que España es un estado aconfesional en el que la libertad religiosa es un derecho, cualquier artículo del código penal que establezca como delito las manifestaciones sobre una religión, ideología o pensamiento debería ser inconstitucional.

Claro que estamos hablando de España. Dónde la calidad democrática se denota por acusar de terrorismo a un tipo que ha hecho una canción denunciando los escándalos de la monarquía, la de meter en la cárcel por delito de rebelión a unos señores que actuaban como representantes del pueblo en un parlamento, o que elige a los órganos del gobierno de quién debe impartir justicia a personas de la misma ideología política, con un tufo a nepotismo que huele hasta en Birmania. Estamos hablando de España, dónde ondean banderas a media hasta en Semana Santa, dónde los crucifijos presiden nombramiento de ministros, aulas, tribunales de justicia y organismos oficiales. Hablamos de España, dónde uno puede sacar una bandera al balcón hasta que se llene de mierda y se caiga a cachos, pero no puede poner una bandera republicana en su propia casa o un lazo amarillo en protesta por los encarcelados injustamente. Estamos hablando de España, dónde la iglesia católica recibe más de ONCE MIL MILLONES de euros de nuestros impuestos. Dónde esta misma iglesia está exenta de pagar impuestos o puede inmatricular bienes sin aportar ninguna justificación de su propiedad. Hablamos de España, dónde un partido neofascista quiere declarar ilegal los lazos amarillos o la televisión pública retransmite durante horas una procesión de la virgen del Rocío. Hablamos de España, dónde no hay fiesta política sin misa, ni inauguración sin la bendición de un sacerdote.

Entiendo que sea delito entrar en una iglesia y cagarse en dios. Como también debería serlo entrar en una conferencia o un acto político, pararlo e insultar y agredir a los ponentes y a los asistentes. Pero la religión es un sentimiento y por tanto, algo del ámbito privado. Confundir iglesia y estado es algo propio del medievo. Algo propio de una dictadura como la del genocida eunuco. Obrar en favor de unos y en contra de otros, a sabiendas, por parte de un funcionario, es prevaricación. Acosar a personas por su ideología y dejar actuar libremente a otras que comenten actos violentos, es ser un fascista o dictador.

Asegurar que Willy Toledo no tiene una orden de detención por cagarse en dios, es como insinuar que Carlos Parra no murió por culpa de Ortega Cano, sino porque tuvo la mala suerte tener que ir a trabajar en coche.

En España, la libertad religiosa no existe. Porque no se trata de separar a la iglesia de la sociedad civil, sino del gobierno y de los diferentes organismos del estado.

Solo hay que recordar cómo se comportaron la última vez que el estado quiso independizarse de ella. Cuarenta años de dictadura y genocidio y otros cuarenta de timocracia vigilada.

 

Salud, república y más escuelas.

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