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Contra la equidistancia

Miguel Ángel Cerdán
Miguel Ángel Cerdán
Licenciado en Historia. Profesor de Secundaria en la enseñanza pública. Articulista en diversos medios digitales e impresos de la Comunidad Valenciana.
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análisis

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Estos días, aparte de manifiestos firmados por ex militares, hemos podido ver como se paseaban por distintos programas de las principales cadenas de televisión, y se les concedía altavoz, diversos personajes que defendían sin ningún sonrojo y con total desparpajo al dictador Franco. No es casualidad. Como tampoco lo fue el revisionismo histórico que apareció en tiempos de Aznar, que tuvo como mascarón de proa a pseudo-historiadores como Pío Moa, y que volvía a dar difusión a lo dicho por Ricardo de la Cierva, Joaquín Arrarás, autor de “Historia de la Cruzada española”, y otros defensores de la dictadura franquista. Todo ello bebe de la equidistancia que impuso la Transición española a la hora de explicar la Guerra Civil y el régimen franquista. Esas historias de “libertad sin ira”, “guerra entre hermanos”, “todos fueron culpables” formaban parte de esa gigantesca operación autoamnistía y blanqueamiento de los protagonistas del último franquismo que fue la sacrosanta Transición.

Y tal vez por ello, y sobre todo por la necesidad de una mínima higiene democrática que ayude a construir una nación mejor, ha llegado la hora de decir “basta ya” , de plantar cara a estas falacias, y de acabar con la equidistancia.

En primer lugar hay que recordar que la Guerra Civil fue fruto de un golpe de Estado y de una traición protagonizada por aquellos que habían jurado defender la legalidad y la democracia de la República; casi toda la oficialidad del ejército español y buena parte de la Guardia Civil

Y en segundo lugar cuando hablamos de las víctimas de la represión hay que dejar claros varios aspectos. ¿Hubo violencia en la zona republicana? Claro ¿Pero quién la ejerció y cuando se produjo? La ejercieron milicianos armados, es decir gente del común a la que se tuvo que armar para que defendieran el gobierno democráticamente elegido, porque el aparato estatal se desmoronó y salvo excepciones el ejército y la Guardia Civil, insistimos, se rebelaron contra aquellos a los que habían jurado lealtad. No se encontrarán casos de asesinatos cometidos por el ejército republicano ni por la Guardia Civil leal ni por la Guardia de Asalto, no se encontrarán sentencias de muerte firmadas por el gobierno republicano. Sí se encontrarán condenas a los “paseos” por el propio gobierno. Y en cuanto el aparato del Estado republicano se reconstruyó, la violencia prácticamente cesó. Mientras, entre los sublevados, la violencia no la ejercieron sólo los falangistas; fue una violencia ejercida por el aparato estatal, es decir por el ejército sublevado, la Guardia Civil, y fue bendecida por la Iglesia…Fue una violencia sistemática y continuada, que duró hasta años después de acabada la Guerra y donde el Estado y su jefe, Franco, firmaron centenares de miles de condenas a muerte. Y es que, como dice Gabriel Jackson, no fue una Guerra Civil; fue una Guerra Colonial en la que la Colonia era España y donde no dudaron desde el principio para matar a españoles en acudir a tropas coloniales (los moros) y a extranjeros como los nazis alemanes. Fue una violencia institucionalizada. Y como bien dice Gabriel Jackson, las ejecuciones “no fueron obra de una plebe revolucionaria” que se aprovechó del derrumbamiento del Estado republicano, “fueron ordenadas y aprobadas por las más altas autoridades militares, y ratificadas con su presencia y su falta de críticas por la Iglesia.

Y dejando al margen que, según consenso de los historiadores, por cada víctima de la violencia en la zona republicana hubo tres en la zona sublevada, conviene recordar que una vez acabada la Guerra la reconciliación no entraba dentro de los planes de Franco. Los campos de concentración y de trabajo se llenaron, se firmaron decenas de miles de penas de muerte, aunque muchas condenas fueron conmutadas por penas de trabajo (con ellos Franco se construyó el Valle de los Caídos). Y por otro lado, centenares de miles de españoles se vieron obligados al exilio. Entre estos españoles se encontraba la elite intelectual de España. El país se convirtió en un páramo intelectual y también moral.

Y esta es la realidad de lo que significó y fue la rebelión militar, la Guerra Civil y la dictadura franquista. Fuera de interesadas equidistancias que sólo reflejan podredumbre moral.

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2 COMENTARIOS

  1. Mire usted, señor.
    Todo cuanto ha escrito es lo cierto, no pudiera yo expresarlo de modo más claro y escueto. Soy hijo de político falangista- al que quería mucho – y con el visitaba el valle de los caídos, cosa que recuerdo con cariño. Pero «o porco polo que vale», decimos en Galicia.. Este tipo creaba su propio e impío país en el cual robaba los ideales de partido a otro hijo de dictador – José Antonio – quien odiaba y temía a Franco.. Se inventó este mausoleo para perturbar su descanso y los ignorantes franquistas contribuyen en la deriva. moral de este loco. Yo nacía en el Ferrol del caudillo y conozco toda su historia.

  2. Efectivamente, la equidistancia la mantienen los demócratas «de oidas». Se les llena la boca con palabras como reconciliación, concordia, etc. En realidad lo que defienden es la impunidad de los que cometieron los crímenes que se citan en el artículo

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