En la fortaleza que exhibe Mariano Rajoy al frente de su organización radica, paradójicamente, la mayor debilidad del Partido Popular a la hora de articular alguna salida razonable a la situación de bloqueo institucional en que está instalado en estos momentos el país. Por contra, la aparente fragilidad que se deduce del ajustado proceso de primarias que elevó a Pedro Sánchez a la Secretaria General del PSOE es, sorprendentemente, el factor que aporta mayor solidez a la contundente negación de cualquier tipo de apoyo socialista que pudiese facilitar la investidura del candidato popular a la Presidencia del Gobierno. Y, en uno y otro caso, el lastimoso papel que vienen desempeñando buena parte de los medios de comunicación desde el 20D a esta parte, ha contribuido de forma notable a excitar las razones de tal atrincheramiento.

Vayamos por partes. El PP es hoy, sin lugar a dudas, la organización política del país más cohesionada internamente. Su rígida estructura piramidal, y el férreo control jerárquico que se ejerce por parte del aparato en todos sus niveles, le mantiene como una maquinaria perfectamente engrasada para enfrentar los retos más comprometidos que se le pudiesen plantear. Nadie osa discutir el criterio del Presidente, hasta tal punto que sus órganos de dirección funcionan con la fórmula de la adopción de acuerdos por silente aclamación, rubricados con el subsiguiente aplauso cerrado de todo el auditorio puesto en pie. Así las cosas es imposible encontrar una alternativa a Rajoy que no sea propuesta por él mismo y, en tanto que es su persona la que se erige como el mayor obstáculo para solventar el cordón sanitario que se ha trazado en torno a sus SMS a Bárcenas, sólo su retirada de la escena podría hacer vislumbrar algún tenue rayo de luz al final del túnel. Pero Rajoy no parece estar dispuesto a renunciar a su condición de ganador en las elecciones, ni a tener que abandonar la regalía de La Moncloa que entiende le pertenece por derecho propio, y así lo asume en bloque todo el partido porque es palabra del Presidente.

Entretanto en Ferraz, Pedro Sánchez es tributario del enorme caudal de empoderamiento que trasladó aguas abajo hacia la militancia socialista, como el principal aval que enarboló desde el primer momento para merecer la confianza de la organización. Esto es el PSOE decidió dar un giro de democracia participativa a su manual de toma de decisiones, de tal manera que sus órganos de dirección están obligados a chequear el estado de ánimo de los afiliados ante la adopción de decisiones de cierta relevancia e indudable trascendencia. Y a poco que uno escuche lo que se dice en las casas del pueblo, o se interese por la opinión de los militantes, constatará desde el primer momento un abrumador rechazo hacia el Gobierno que preside Mariano Rajoy; rechazo sustentado a partes iguales entre la evidencia de la metástasis de corrupción que recorre el PP y se hace visible en el procesamiento y condenas de ministros, presidentes de comunidades autónomas, diputados, senadores y tesoreros, y el sufrimiento de pensionistas, estudiantes, parados, expatriados, trabajadores, dependientes…, que han sido severamente maltratados por las reformas, recortes, decretos, impuestos y leyes perpetrados de forma inmisericorde a lo largo de toda una legislatura.

Y en este complejo escenario, con el PP maniatado por la voluntad de Rajoy, y Pedro Sánchez comprometido con el criterio mayoritario del PSOE, ¿a qué juega el aparato mediático público y privado? En tanto que, por fas o por nefas, la supervivencia de casi todos los medios depende principalmente del beneplácito gubernamental, el alineamiento tras las tesis de Moncloa se revela inquebrantable a las órdenes de la vicetodo: “Por razones de Estado es obligado facilitar la investidura de Mariano Rajoy”. Y así, el ya de por sí inobjetable criterio interno del líder, se ve reforzado externamente a golpe de editoriales, pseudoencuestas y columnas de opinión regadas por doquier. Mientras que, en paralelo, se arremete contra el Secretario General del PSOE (por más que interesadamente quieran reducirlo a la condición unipersonal de Sánchez), exacerbando así la indignación de miles de militantes socialistas que se ven agredidos, menospreciados e insultados en la persona de quien les representa.

Aunque hubiese querido, el grueso de la clase periodística no lo podría haber hecho peor; y lo más inaudito del caso es que se dedican, un día sí y otro también, a aconsejarles a los políticos lo que deberían hacer, al tiempo que les afean su escasa voluntad para ceder.

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