Sostiene Sancho Panza (Quijote II-35) que «donde hay música no puede haber cosa mala» y que «siempre la música es indicio de regocijos y de fiestas». Es cierto, pero también es mucho más. La música es tradición y cultura viva, que sale al aire como el duende del arte, y es esencialmente un compromiso con la sociedad.

En el verano de la Comunidad de Madrid brota un programa con muchas notas al aire en lugares emblemáticos de la dispersa geografía, se trata del festival “Clásicos en verano”, que en esta edición cumple treinta años. La cultura para crecer debe ser permanente y no flor de un día y para que llegue a la gente hay que acercarla a la gente. Eso es lo que hace este festival que, durante el mes de julio, desarrolla más de un centenar de conciertos en más de cincuenta municipios, aprovechando a la vez como escenarios el rico patrimonio monumental, que va de las iglesias a los castillos o los monasterios. Cerca de sesenta agrupaciones musicales despliegan un abanico en el que se puede apreciar la presencia de músicos solistas, de orquestas y de un variado conjunto de formaciones que ofrecen un variadísimo repertorio de obras y estilos.

“Clásicos en verano” es una apuesta cultural y musical inteligente y abierta, que no plantea tensiones entre lo que se ha dado en llamar “alta cultura”, “cultura popular” y “cultura del espectáculo”, ni hace distingos ideológicos, ni plantea conflictos, sino que, con su manera de programar y el ámbito de amplios horizontes al que se dirige, se tiende más a trabajar sobre la inclusión que profundizar en las diferencias. Es de agradecer la excelente gestión cultural para la elaboración de un programa en el que son evidentes los objetivos de la calidad del producto y de los intérpretes y la dignidad de la cultura, sin caer en la trivialización, banalización, superficialidad y la reducción a mero entretenimiento del hecho artístico.

Es cierto lo que se escribe en la introducción del folleto que publicita un festival tan descentralizado en sus escenarios, en el que podemos leer: “Gracias a “Clásicos en Verano”, muchos espectadores entraron en contacto con el maravilloso mundo de la música clásica y, muy seguramente, varias generaciones de melómanos madrileños guardarán con cariño entre sus recuerdos esas experiencias de sus primeros conciertos en el marco de esta cita estival.” Así es.

Y si interesante e innovador es el programa, no lo es menos, en esta gestión cultural, que ya he valorado, la inclusión de artistas consagrados junto a otros más jóvenes, a los que se les está dando la oportunidad de poder mostrar su evidente talento. Así hemos podido asistir, en esa conjunción extraordinaria, a conciertos (imposible citar a todos) como los de Iagoba Fanlo y Pablo Amorós, Tilman Kramer, Jesús Reina, Joaquín Riquelme (viola de la Berliner), Giuseppe Devastato, Joan Enric Lluna y Toni García Araque, Sara Águeda y Javier Núñez, Sara Ruiz, el dúo de Lina Tur Bonet y Judith Jáuregui, Nereydas, Euskal Barrokemsemble, Eduardo Paniagua trío, el cuarteto Manuel de Falla, La Real Cámara o la Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid.

Es preciso seguir el camino de esta gestión de la cultura musical que ha marcado el XXX Festival Clásicos en Verano, que no es solo ocio, sino una buena educación del entendimiento. Salir del elitismo y llevar la cultura a la sociedad madrileña y a ámbitos tan diversos, con planificación seria y creíble, y hacer de la misma un compromiso es ya más una realidad que una reivindicación, en cuyo horizonte no está la utopía, sino la necesidad de conformar una sociedad más responsable, más culta, más formada y más sensible. Y si Cervantes por boca de Sancho decía que «donde hay música no puede haber cosa mala», Miguel de Unamuno afirmaba que “sólo el que sabe es libre, y más libre el que más sabe… sólo la cultura da libertad”. “Clásicos en verano” se clausura con éxito. Este es el camino.

 

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