En estos tiempos, merece la pena recordar a Rabí Nachman de Breslau, cuando en La Silla Vacía, señala que “todo lo que sucede en el mundo –sea lo que fuere- es una prueba destinada a permitirte la libertad de elección. Escoge con inteligencia”. Porque parece que una parte de la sociedad americana no ha escogido con inteligencia. Ustedes elijan, si fueron los sesenta y dos millones setecientos mil americanos que votaron a Donald Trump, o los norteamericanos que viendo lo que se les venía encima no fueron a votar. El resultado es ya conocido: un presidente, que está poniendo en riesgo los valores sobre los que se asienta la sociedad americana.

El actual inquilino de la Casa Blanca, durante la campaña a la presidencia de EEUU afirmó en numerosas ocasiones que levantaría un muro con México, que pagaría éste país. También, dentro de su discurso xenófobo decía que deportaría a millones de inmigrantes y negaría fondos federales a las Ciudades Santuario que rehúsan cooperar con las autoridades migratorias: “acabaremos con las ‘ciudades santuario’. Las que se opongan a colaborar con las autoridades federales no recibirán más dinero de los impuestos». Muchos, no daban crédito a estas palabras, sobre todo las personas que no pensaban votarle.

Pero ahora, como Presidente de Estados Unidos, ya ha firmado el decreto para dar inicio a la construcción de un muro a lo largo de la frontera con México. Y dos días después, ha decretado, mediante una orden ejecutiva, el cierre temporal de las fronteras de Estados Unidos para los inmigrantes de siete países de mayoría musulmana (Siria, Irán, Sudán, Libia, Somalia, Yemen e Irak) y para refugiados de todo el mundo. Eso sí, países donde el presidente no tiene intereses o negocios. El argumento utilizado, es que quiere “mantener a terroristas islamistas radicales” fuera de EE UU, y “solo queremos a aquellos que apoyen a nuestro país y que quieran profundamente a nuestra gente”.

En medio del escándalo que ha provocado la medida, es esperanzador ver cómo millones de personas en el mundo se han levantado contra esta medida, que va contra los derechos humanos. No solo el anterior Presidente Obama ha afirmado que “los valores estadounidenses están en peligro”. Sino que senadores republicanos como John McCain y Lindsay Graham han declarado que “la orden envía el mensaje de que Estados Unidos no quiere que entren musulmanes al país. Además, puede ayudar a reclutar más terroristas, lo que va en contra de la seguridad del país”. Y junto a ellos, las ciudades santuario, la fiscal general, ya cesada, y millones de personas que democráticamente van a hacer frente a semejante atropello.

Las ciudades santuarios, consideradas como amigables con los inmigrantes, han vuelto a ser protagonistas. Por ejemplo, en Nueva York, el procurador general del estado ha emitido directrices para los gobiernos locales sobre la manera de establecer regulaciones y políticas para limitar su participación en actividades federales de aplicación de leyes migratorias. El alcalde de Chicago, Rahm Emanuel, ha dicho que «vamos a continuar siendo una ciudad santuario. No hay extraños entre nosotros. Le damos la bienvenida a la gente». El de Nueva York, Bill de Blasio, escribió en Twitter: «Permanecemos unidos. Para la gente trabajadora, familias de inmigrantes, entre nosotros».

Es emocionante ver como no solo en Estados Unidos, sino en todo el mundo, ciudadanos anónimos se levantan contra este flagrante atentado contra los derechos humanos. Impresiona ver cómo, en 24 horas, en el Reino Unido más de un millón de británicos se han sumado a una petición, que se debatirá en el Parlamento, para pedir la suspensión de la «visita de Estado» de Donald Trump, a su país. Y conmueve aún más ante la tibieza de muchos gobiernos, entre ellos el español.

En la década de los ochenta del siglo pasado, surgió el término “ciudades santuario”, para denominar a las ciudades en Estados Unidos que pusieron en práctica políticas para limitar su colaboración con las autoridades federales de inmigración. Comenzó en Los Ángeles, cuando se decidió que la policía dejara de interrogar a las personas sobre su estatus de inmigrante.

Hoy son muchas: San Diego, Los Angeles, San Francisco, Miami, Chicago, Seattle, Houston, Phoenix, Austin, Dallas, Washington D.C., Detroit, Salt Lake City, Minneapolis, Baltimore, Portland ( ambas Maine y Oregon), Denver, New York City, Chicago y todo el Estado de New Jersey. Pero ya no es suficiente. Es necesario, que de las ciudades santuarios pasemos al mundo santuario. Un mundo, donde la dignidad de todos los seres humanos sea el objetivo que mueva todo.

Aunque hay que ser conscientes que la movilización ha comenzado en los lugares que mayoritariamente no votaron a Trump, las grandes ciudades, la fortaleza de la misma no ha sido tenida en cuenta por el inquilino de la Casa Blanca. Habrá más división social en un primer momento, pero merece la pena luchar por la libertad.

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