Lo más atrayente de Ciudadanos es que podía ser el partido moderado que, sin tomar aún el relevo del PP como líder de la derecha española, conjurara por su posición parlamentaria los excesos y deficiencias de gobierno que padecemos habitualmente, vinieran de donde vinieran, abriendo así una ventana de aire fresco y renovación en nuestra decadente vida pública. No precipitarse ni errar en sus decisiones políticas le sería suficiente para ir aspirando con prudencia y coherencia a otros objetivos más ambiciosos.

Pero no parece que las cosas hayan ido exactamente por ese camino. Para empezar, lanzado a una híper actividad política más mediática que reflexiva, Albert Rivera no ha entendido que la ‘coherencia’ es la conexión existente entre cosas naturalmente relacionadas, que se expresa y percibe como una actitud lógica y consecuente con una posición anterior o pre-establecida.

La coherencia política se da cuando el pensamiento y la acción guardan cierto grado de congruencia, coincidiendo esencialmente con lo esperado en cada caso. El asunto es complejo, porque en política tampoco se contempla con claridad toda la problemática existente y sus variables, ni dentro ni fuera de los partidos: el propio sistema tiene escasa conciencia de muchas necesidades prioritarias, con el inconveniente añadido de que también son muchas las personas y grupos que interactúan dentro del mismo.

Pero lo cierto es que uno de los grandes lastres de la política española es el de la ‘incoherencia’ entre lo que se dice y lo que se hace (caso de la corrupción). Por eso precisamente, la crítica más demoledora contra los representantes electos es la que se basa en ese desviacionismo manifiesto.

Y así chocó sobremanera el acuerdo contemporizador suscrito entre el PSOE y Ciudadanos (la segunda marca de la derecha) tras las elecciones andaluzas del 22 de marzo de 2015. Porque, si aquello era lo coherente, ¿es que no hubiera sido mejor un acuerdo directo PSOE-PP…? Después tampoco sería muy comprensible la ayuda incondicional de Rivera para intentar la investidura presidencial de un perdedor electoral como Pedro Sánchez.

Lo coherente es que, según dicten las urnas, la izquierda se asocie con la izquierda y la derecha con la derecha para arrebatar el poder a sus oponentes; o que en la oposición al Gobierno los partidos más afines, bien sean progresistas o conservadores, aúnen esfuerzos para controlar al Ejecutivo. Eso es lo razonable, y lo ‘coherente’ dentro del sistema.

Que PSOE, IU y otras fuerzas ‘de progreso’ se apoyen entre sí para alcanzar gobiernos de ese signo, es lógico y natural. Pero no lo fue, por ejemplo, la ‘pinza’ que montó Julio Anguita con el PP de Aznar para combatir al PSOE, dicho sea con todo respeto para el entonces dirigente comunista, y sin que nadie cuestionara por ello al PP, beneficiario de aquel extraño acuerdo.

Ciudadanos transmite a nivel público más incoherencia que realismo político

Y pactando con el PSOE por aquí y con el PP por allá, Ciudadanos transmite a nivel público más incoherencia que realismo político, sobre todo si lo pactado no se traduce en logros genuinos de su sigla política.

Cuando a propósito de su pacto con el PSOE de Andalucía se preguntó a Rivera si se fiaba de Susana Díaz, señaló que su compromiso “estaba firmado” y que, si no cumplía, su partido estaba dispuesto a presentar “una moción de censura”, pero sin calcular siquiera que para prosperar le faltaban escaños aun uniéndose al PP. Torpe, torpe, torpe, Rivera debió prever que, una vez sentada en la presidencia de la Junta, Díaz gobernaría más cerca de Podemos y de IU que de Ciudadanos, partido que además ha tenido que soportar la ira del electorado andaluz de centro-derecha…

Con el fin del bipartidismo, la nueva forma de hacer política pasa por los pactos y el entendimiento entre las fuerzas fragmentadas, situación que marca la valía real de los partidos emergentes, su verdadera capacidad política y su cintura para sostenerse o progresar en las urnas. Esa falta de capacidad ya se llevó por delante a UPyD, ha estado a punto de acabar con IU y puede terminar con Ciudadanos (el problema de Podemos es otro).

en Andalucía pasó de propugnar ‘el cambio’ a reasentar el modelo neo caciquil

La realidad, diga Rivera lo que diga, es que en Andalucía pasó de propugnar ‘el cambio’ a reasentar el modelo neo caciquil, clientelar y corrupto que el PSOE mantiene allí desde la Transición, y que muy probablemente seguirá manteniendo. ¿Y qué entienden Rivera y Ciudadanos por ‘el cambio’, si entonces apostaron por ‘más de lo mismo’…?

Algunos analistas alabaron la actitud ponderada de Ciudadanos al facilitar la permanencia del PP al frente de determinados ayuntamientos y autonomías y haciendo lo propio con el PSOE en Andalucía: una vela por aquí y otra por allí, aceptando lo comido por lo servido y las gallinas que entran por las que salen, como diría José Mota. Pero la ingenuidad política puede tener un coste muy alto y hasta encubrir, incluso, la corrupción más taimada.

La realidad es que, en Andalucía, Ciudadanos apoyó una política económica clientelar y en otras comunidades (como Madrid) la liberal-conservadora, a veces salvaje, que practica el PP… ¿Y es que alguien puede entender la contradicción de apoyar al PSOE en la Junta de Andalucía y al PP en los ayuntamientos de Almería, Granada, Málaga o Jaén…? ¿Dónde se sitúan entonces la ‘coherencia’ y el ‘oportunismo’…?

¿Qué lección magistral puede dar el profesor Garicano a sus alumnos para explicar tamaña chafarrina en términos de económica práctica…? ¿Cómo justificar el apoyo de Ciudadanos para, sin ir más lejos, querer crear en Andalucía un banco público y una cuarenta de ‘embajadas’ autonómicas…?

Cierto es que la situación política no deja de ser complicada. Pero, por eso, la actitud de Rivera debería haber sido más prudente y menos protagonista, porque en realidad el problema no era –ni lo es- verdaderamente suyo, sino del PP y del PSOE. Prestar ayuda constructiva sí. Pero allá unos y otros con sus éxitos y fracasos, debiéndose centrar Ciudadanos con su actual posición en dar doctrina sobre su propio ideario, en lugar de comprometerse con lo que otros hagan o dejen de hacer bajo su exclusiva responsabilidad.

Rivera parece creer que el ‘centrismo’ le permite pactar indistintamente con dios y con el diablo, valga la comparación, confundido con el ‘bisagrismo’, que es cosa distinta (oportunismo duro y puro), una tara del sistema que se puede ejercer desde cualquier posición política. Y por eso, las alusiones de algunos portavoces de Ciudadanos al ‘centrismo’ y al papel que pudo jugar en la Transición son erróneas. La UCD (no se olvide que era un partido de derechas) apostó, como hizo el PSOE, por la ‘moderación’, pero no por el ‘centrismo’, que apareció después con el CDS del ex presidente Suárez y llegó hasta donde llegó, que fue a la vuelta de la esquina.

Como también es un error pensar que las elecciones se ganan y se pierden en el espacio político de centro, prácticamente inexistente, por mucho que algunos politólogos afirmen lo contrario. Otra cosa es que la mayoría del electorado sea sensible a la ‘moderación’ (a buscar el equilibrio entre los extremos), actitud compatible con muchas posiciones ideológicas y más relacionada con el talante que con la geometría política.

En esto de la nueva política y de los partidos emergentes, no basta parecer honestos y aseados, sino que también hay que serlo, de forma efectiva, sin posturas equívocas ni guiños absurdos a otros partidos. Y sin confundir tres conceptos diferentes: la plausible ‘moderación’ política; el ‘centrismo’, que sólo es un concepto espacial ciertamente limitado (y sin la exclusiva del consenso) y la ‘bisagra’, que es hija del oportunismo y la bajeza política.

Y en esas estamos. Ya veremos cómo Ciudadanos, y otros, salen del lío en el que se han metido. O si unos y otros nos devuelven a donde estábamos.

De momento, el nuevo proceso de investidura presidencial parece que nos quiere retrotraer a los tiempos nefastos de las bisagras autonómicas, olvidando la grave acusación -y cierta- que se ha venido haciendo a los partidos independentistas de querer ‘romper España’, dejándoles que sigan tirando del déficit público si ayudan a que Rajoy continúe en la presidencia del Gobierno (Núñez Feijóo lo define como pactos “útiles” para investir a su amiguete). Así que pelillos a la mar, y a seguir viviendo del cuento que son tres días; aunque la hemeroteca es inapelable y haría escarnio de los ‘patriotas’ de Ciudadanos si participan en semejante desfachatez.

Todo ello adornado con la última y más atrevida recomendación del líder de Ciudadanos al Jefe del Estado: “Le diré al Rey que convenza a Sánchez de que tendrá que abstenerse” (El País 22/07/2016). Ahí es nada, y otorgando a Su Majestad funciones que no tiene. Antes, quienes tenían que abstenerse para investir a Sánchez eran otros. Medítese, pues, si lo de este chico es coherente o simplemente normal.

Mientras tanto, recordemos al joven Rivera este antiguo estribillo coplero: Que sí, que sí, que sí, que sí, / que a La Parrala le gusta el vino. / Que no, que no, que no, que no, / ni el aguardiente ni el marrasquino. A ver si ahora resulta que hace cama política redonda en torno a Rajoy con los partidos anti españoles de siempre, sus enemigos irreconciliables hasta hace solo cuatro días.

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