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Chapuzas, no. Demolición

Jesús Ausín
Jesús Ausín
Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.
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análisis

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Ilegales

No era una cárcel. La ley no lo permitía. Sin embargo, Safwan no podía salir de su celda de tres por dos metros que compartía con otros tres compañeros. Hasta los presos tienen derecho a unas horas de patio. Incluso a estudiar o a jugar al mus o a ver la televisión. Para Safwan y sus compañeros de patera, enjaulados nada más ser detenidos en la playa, no había patio, ni rayos de sol, ni derecho a intimidad en las letrinas,… No, definitivamente no era una cárcel porque hasta en las prisiones de su país, al peor de los asesinos, le da el sol al menos una vez al día.

No era una cárcel. La ley no lo permitía. Pero Safwan y sus compañeros de viaje, eran llamados continuamente monos. Y para que el idioma no fuera un problema, al sustantivo le seguían inmediatamente unos sonidos guturales y una postura de orangután. Debían aguantar que, como en la jaula del zoo, les echaran la comida por debajo de la puerta. Eran conducidos a las duchas como el ganado al matadero, a base de golpes e insultos vejatorios. No era una cárcel, porque hasta en ellas, los prisioneros tienen derechos.

No era una cárcel. La ley no lo permitía. Las escasas organizaciones de derechos humanos que se preocupaban por ellos, eran convidadas a dirigir una queja al Ministerio de turno. Pero era el propio Ministro el que negaba que aquello fuera una cárcel. ¿Cómo salir del círculo vicioso?

No era una cárcel. La ley no lo permitía. La ley no permite que, quién no tiene delitos, esté encerrado. Sin embargo Safwan y sus acompañantes seguían en una celda con barrotes. Un espacio de tres por dos, dónde no llega el sol porque las ventanas están tapadas con chapas metálicas para impedir que los de dentro puedan llamar la atención de los de fuera.

No era una cárcel. La ley no lo permitía. El defensor del Pueblo redactó un somero informe sobre las condiciones inhumanas de Safwan y los subsaharianos que le acompañaban. Un informe muy liviano al que apenas le dedicaron una veintena de líneas en las páginas de interior de uno de esos periódicos que clamaban contra la violación de los derechos de los opositores, algunos de ellos con delitos de sangre, en cualquiera esos países de Latinoamérica cuyo régimen es considerado pernicioso para occidente. Un informe que llegó al Ministro que decía que aquello no era una cárcel.

No era una cárcel. La ley no lo permitía y era la salvaguarda contra la ilegalidad. Pero Safwan había estado con dolores abdominales, cada vez más intensos, durante cinco días antes de ser trasladado a una habitación en la que una camilla y un armario en la pared con unos frascos de aspirinas y unos botes de mercromina, le daban la categoría de botiquín. Allí, el servidor de la ley de turno, le había puesto el termómetro y ante su insistencia en marcar 39,6 º, la palidez de tez del enfermo y su pérdida de conocimiento, decidió que debía trasladársele a un hospital, por si acaso.

No era una cárcel. La ley no lo permitía. Tampoco permitía devolver al Chad a los migrantes sin una orden de expulsión de un juez. Pero Safwan ya no estaba en la cárcel. Ahora permanecía frío en una cámara rectangular de dos metros de largo en el Anatómico Forense en espera de una autopsia. Y sus compañeros de celda, de una cárcel que no era cárcel, de haber seguido encerrados en la no cárcel, podrían haber sido un problema para el Ministro que negaba que hubieran estado detenidos.


 

Chapuzas, no. Demolición

La ley que no se cumple, no es garantía de libertad, sino de esclavitud. La Constitución, cuando se usa como Espada de Damocles, no ampara sino aprisiona. La legalidad que no es garante, se convierte en dictadura.

Parece que hiciera medio siglo y sin embargo sólo han pasado poco más de un lustro desde que aquel 15 de mayo de 2011. Entonces, una de las reivindicaciones básicas era un proceso constituyente que acabara con esta plutocracia corrupta y antisocial que nos estaba dejando sin trabajo, sin derechos, sin casas y sin servicios públicos. Seis años y medio han pasado desde entonces y hemos evolucionado a peor. El trabajo se ha convertido en servidumbre, sin horarios, festividades, ni equidad y con salarios de miseria, los derechos son papel mojado, los desahucios siguen existiendo y los servicios públicos se han convertido en la forma de financiación de las empresas de los amigos. Entonces hasta pudimos montar campamentos en Sol. En aquel momento hasta podíamos hacer raps denunciando la situación o escribir twists sin el peligro de acabar encerrados en la cárcel.

Hoy, hasta el partido que se auto proclamó sucesor y heredero del 15M ha dejado atrás su mensaje constituyente para acabar aceptando este sistema e intentar cambiarlo desde dentro (eso dicen al menos).

Hoy más que nunca, se hace necesaria no ya una reforma constitucional, sino una vuelta completa que ponga en claro los pilares de nuestra convivencia y que éstos sean discutidos desde abajo y no impuestos por esa plutocracia que siempre va a “barrer para su casa”.

Un buen análisis es éste del Juez del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía y profesor de derecho civil en la Universidad de Granada Miguel Pasquau Liaño.

Como bien dice el profesor, el primer debate que deberíamos tener todos los ciudadanos de este país es el de la forma del estado. Monarquía o República. Y deberíamos ser los ciudadanos y no los cantamañanas cuya silla depende de los “favores” realizados, los que decidamos por cuál de las dos optamos. Y una vez consensuado el sistema de estado, refrendado por todos los que quieran ir a votar, aceptarlo sin más, al menos hasta dentro de un tiempo, porque las cosas y las posiciones nunca deben ser inamovibles y menos en política y en aquello que afecte a las personas.

El segundo tema y no de menor importancia que el primero, es el establecimiento efectivo de políticas de igualdad y el reconocimiento de las mujeres como activo fundamental de cualquier sociedad, siendo necesaria la discriminación positiva para que, siendo mayoría en número, tengan presencia en igualdad de condiciones, salarios y derechos. El futuro será feminista o no será.

El tercer gran debate importante debe de ser el derecho a decidir de todos los pueblos y el establecimiento obligatorio de consultas vinculantes para tratados internacionales, refrendo de política exterior y pertenencia a organismos o clubes de países. Igualmente se hace necesaria que la iniciativa popular no pueda ser reformada en las Cortes hasta dejarla en una mera burla, como pasó con la iniciativa para cambiar los desahucios tras recabar 1.400.000 firmas.

El cuarto y no menos importante el establecimiento real de derechos y deberes y que éstos no sean artículos “papel mojado” de una Constitución que el político de turno pueda saltarse a la torera. Si el trabajo es un derecho, deberá procurarse que se cumpla y para ello, como se ha visto en estos últimos años, la rebaja de condiciones laborales y la salvaguarda del poder empresarial deberán eliminarse porque sólo produce paro, precariedad y pobreza. Debería prohibirse constitucionalmente la especulación y los negocios improductivos que sólo buscan multiplicar por mil el capital invertido sin dar ningún tipo de beneficio social a cambio. Los fondos buitres o la especulación inmobiliaria son claros ejemplos.

Todos los suministros de primera necesidad: agua, electricidad, telefonía y gas deberían ser públicos o controlados por el estado. Es necesaria una auditoría de costes de todos estos suministros para establecer unas tarifas justas que impliquen que nadie pueda quedar fuera por no poder pagarlas y que a su vez sirvan para, solidariamente, cubrir los costes de quiénes sean diagnosticados con la pobreza energética. Un suministro, no puede ser un negocio oscuro y especulativo como ocurre en España con la electricidad.

Por último, deberíamos tener un debate serio sobre la fiscalidad, los paraísos fiscales, las sociedades of-shore y la evasión de Impuestos. Nadie puede estar en el gobierno si oculta sus bienes en una sociedad of-shore o en una cuenta en Suiza para no pagar impuestos. Ninguna Sociedad que pague mordidas o que tenga su sede en un paraíso fiscal debería poder contratar con la administración. Ninguna sociedad española que tenga su sede fuera de España puede tener beneficios en la Seguridad Social o en la Agencia Tributaria. Ningún deportista que no tenga su residencia en España, debe poder representar al país del que reniega pagar impuestos.

Si queremos salir de este latrocinio permanente, de las puertas giratorias, de la injusticia social que provoca que la brecha entre ricos y pobres cada vez sea mayor, de la pobreza energética, de la salarial, de la falta de escrúpulos empresariales que nos ha obligado a trabajar por lo que sea, cualquier día de la semana y en cualquier condición, si queremos que nuestros hijos no acaben con su sangre derramada, el proceso constituyente se hace necesario e inminente.

Los pobres, los desarrapados, los desarraigados, los que son tratados como escoria, cada vez son más y no siempre van a estar sentados tranquilamente viendo la TV. Cuando la ley sólo es dura con ellos, cuando sus derechos sólo son un Título de la Constitución que nadie atiende, cuando el poder judicial no es garante de la legislación porque está corrompido ideológicamente, cuando su única salida es morir o luchar, la encerrona sólo puede acabar de una forma. Y puesto que el susto también lleva muerte, pensarán que al menos que el otro lleve su parte.

Egoístamente prefiero ser solidario. Parece que el idiotismo, no, pero por eso es idiocia.

Salud, república, y más escuelas.

 

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