Cada cuatro días era asesinado un periodista o profesional de los medios de comunicación durante el año 2016. Noventa y tres en total, según la Federación Internacional de Periodistas (FIP), la mayor organización de periodistas del mundo. A los que hay que unir, los 29 periodistas que murieron en dos accidentes aéreos, y los que no se suman por falta de información pero están desaparecidos o secuestrados.

Por ámbito geográfico, treinta asesinatos fueron cometidos en el Mundo Árabe y Oriente Medio; veintisiete, en la zona de Asia-Pacífico; veinticuatro, en América Latina; ocho, en África, y tres en Europa. Los datos son terribles, a pesar de ser inferiores a los 112 asesinatos que se produjeron en 2015.

Ante semejante barbarie, la primera reacción que surge, en cualquier persona de bien, es el instinto de hacer algo. Hay que movilizarse para evitar que se amenace, secuestre o mate a unas personas por el mero hecho de informar. Es preciso reaccionar y proteger a los periodistas y los profesionales de los medios de comunicación para que puedan hacer su trabajo con libertad, y sin temer por su integridad. Al tiempo, que se persigue y condena a los culpables. No pueden quedar impunes tantos asesinatos que se producen, año a año, para silenciar la barbarie, la brutalidad y la impunidad.

Pero la brutalidad no acaba aquí. Junto a estos asesinatos, han aumentado las detenciones, las amenazas, las expulsiones, las intimidaciones y la autocensura para poder sobrevivir. Según el informe “Balance 2016 de periodistas detenidos, secuestrados y desaparecidos en el mundo”, realizado por Reporteros Sin Fronteras, hasta el uno de diciembre de 2016 había 348 periodistas detenidos por ejercer su labor informativa. Una cifra mayor que en el año 2015, cuando estaban encarcelados 328 periodistas.

El número de periodistas profesionales encarcelados ha crecido un 22 por ciento. Y hay que destacar, que se ha duplicado el número de mujeres periodistas encarceladas en un solo año. China, Turquía, donde la cifra de se ha cuadruplicado tras el fallido golpe de Estado, Egipto, Siria e Irán se han convertido en las mayores prisiones para los profesionales de los medios de comunicación. Concretamente, en estos países se concentran más de la mitad de los periodistas, blogueros y colaboradores de medios de comunicación detenidos en todo el mundo.

Por último, en este atentado continuado contra las personas y la libertad de información y expresión, hay que prestar atención a las cuestiones que más riesgo plantean a los periodistas, y que pueden dar lugar a amenazas, encarcelamiento e incluso violencia brutal por intentar cubrirlos. En este caso, según Freedom House, junto al peligro de informar en algunos lugares sobre la seguridad nacional y el terrorismo, destacan seis temas “muy delicados” a lo largo y ancho del planeta: las investigaciones sobre la delincuencia organizada; la información sobre la corrupción en los negocios o el gobierno; las investigaciones sobre abusos medioambientales; la cobertura de temas religiosos delicados; las cuestiones relacionadas con disputas territoriales de soberanía; y las leyes en contra de insultar al estado o altos funcionarios en varios países.

El peligro es real y frente a él hay que respetar y hacer respetar no solo la Convención de Ginebra, sino también el artículo diecinueve de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, donde se señala que “todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.”

Los Estados y las instituciones internacionales deben ser los guardianes de estos derechos, sea quien sea el que los infringe.

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