Durante el siglo XIX y primera mitad del siglo XX muchas familias españolas tuvieron a uno de sus miembros que emigró hacia América. Muchos de ellos hicieron una pequeña fortuna, a base de trabajar como leones y explotar los recursos y las personas de ese nuevo mundo. Eran los llamados, al menos aquí en Catalunya, «indianos«.

Pues bien, como ocurrió muchas y muchas veces, el tío indiano, a partir de que comenzó a hacer los primeros «duros», fue enviando dinero a casa, a la familia. Esta, familia de mucho linaje y pocos «posibles», comenzó a administrar los recursos que llegaban. Pagaron deudas; adquirieron una casa solariega y los realquilados se convirtieron dueños; compraron los campos colindantes, edificaron una casa de pisos en el Ensanche de Barcelona o en la Gran Vía de Madrid, remodelaron el panteón de los padres e incluso, restauraron la iglesia del pueblo y pavimentaron un trozo de carretera para que los llevara arriba y abajo el chófer con el coche, nuevo de trinca, que se habían comprado.

Eran temidos y envidiados, tachando de desgraciados y paletos a los que no eran como ellos.

Pero un día, el tío, ya mayor, decide volver. Y regresó. Baja del barco, y les dice, antes que nada. diplomáticamente… y después, vistos los oídos sordos, sin diplomacia, que todo aquello que han venido disfrutando durante treinta años, es suyo… Son “sus” inversiones y se debe responder por ellas.

Y la orgullosa y señorial familia debe volver enfadada y empobrecida a la casa destinada al servicio, con la única esperanza de que su hija, la sobrina, se haga amiga íntima (por no decir un nombre más feo) del tío; aunque la chica, que poco sabe más, que ir de tiendas, tiene la competencia de dos «prietas y cariñosas mulatas» que han viajado de América con el anciano.

Esto es exactamente lo mismo lo que le ha pasado a España con Europa.

Durante treinta años, Europa nos ha enviado puntualmente y sin fallar unos 3.000 € / año / habitante… aproximadamente el 1,2 % de nuestro PIB. Para poder recibir esto, se tenían que cumplir unas normas, las normas de los países ricos y democráticos, normas que firmamos para entrar. Los cheques que España firmó conllevaban, todos, cesiones de “soberanía nacional” a cambio de la pasta.

Como la familia de nuestro trozo de historia, España, o mejor dicho, su «clase extractiva», invirtió y gastó el dinero recibido sin preocuparse de nada más. Fue temida y envidiada; volvían los tiempos imperiales aznarianos.

En la situación actual, Europa nos exige que rindamos cuentas; que cumplamos los requisitos y las formas del club en el que entramos. Entre ellas las judiciales. Y eso es lo que hace daño, mucho daño al amor propio. Duele responder ante terceros a los que, además, desprecias.

Nos lo han dicho, diplomáticamente … y después con resoluciones que nos dejan más mal, que mal: España tiene abiertos actualmente, y sólo a efectos de referencia:

  • En la UE : 97 procedimientos de infracción, que pueden (a todos) costar unos 30 mil millones de euros, a parte de los 16 Mil millones aún no devueltos a la ciudadanía del procedimiento del «céntimo sanitario». España tiene más de un centenar de sentencias condenatorias por ejecutar o mal ejecutadas, entre las que podemos destacar desde la del «canon digital», a las de las «cláusulas abusivas»  de las hipotecas y diversas chapuzas bancarias, sin olvidar las energéticas o el trato a los presos. Uno de los últimos procedimientos iniciados, lo digo por que es sintomático, es una demanda al TJUE por parte de la Comisión de condena a España por vulnerar masivamente la seguridad en el trabajo de la propia Guardia Civil, la españolísima policía militar del tricornio.
  • En el Consejo de Europa, 71 condenas directas del TEDH por vulneración de los Derechos Humanos en veinte años, es decir, 3,5 condenas por año, 6 condenas de la OSCE (Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa) y una larga lista de nunca acabar, a las que añadiríamos las de las Naciones Unidas. En buena parte de ellas hay sangrientas referencias al desdén y opacidad encontrados por los inspectores y visitantes y al ninguneo de los jueces españoles hacia las otras jurisdicciones.

Lisa y llanamente, no hay institución en Europa que no nos haya condenado, con el agravante de que encima, los chuleamos y les hacemos trampas. Es el enésimo escándalo, el de las euroórdenes. Somos así: se investiga una atleta por doparse, ¡y la hacemos senadora por Palencia!, ¡y bien envuelta en la bandera nacinal!

Ante la última de las “paridas chulescas” del Sr. Casado, habríamos de decir que:

Primera.- Los tiempos han cambiado.

Hemos de entender que las columnas inmutables que eran la base social de la familia del cuento han desaparecido. Ocho son los puntales del pasado estado / nación nacido de la revolución francesa, sobre el que se constituyó la sociedad Española: a) La Frontera, b) La Moneda / política económica, c) el Idioma, d) La Bandera, e) El Derecho, f) La Propiedad, g) El Ejercito y h) El Trabajo.

Sobre esas premisas se desarrollaron los estados modernos: Un estado lo era porque tenía una frontera delimitada, acuñaba su moneda para que la usasen sus ciudadanos y la defendía frente a las monedas exteriores. La bandera era el símbolo de la cohesión común, al que todos los burócratas, sin más señor que el estado, servían y al que todos los militares identificaban, y por ese símbolo prometían morir, la mayoría de las veces en contiendas contra las banderas vecinas.

El derecho era la herramienta para esa cohesión común; dentro de las fronteras, la ley era de general aplicación para todos (eso sí, administrada por unos burócratas creados ad hoc, los jueces), al menos nominalmente, con dos derechos inspiradores y eje de coordenadas de la producción jurídica; La propiedad y el trabajo como base del orden social.

Así, como hemos visto, las primeras constituciones defendían ardorosamente el derecho a la propiedad (americana), incluso con el uso particular de las armas. Su contramodelo, las sociedades comunistas, la preeminencia era del trabajo sobre la propiedad. Finalmente, llegó la síntesis que bien puede ser representada por la Constitución Española redactada bien avanzado el siglo XX, que ya habla de un estado social y de derecho, estando el derecho al trabajo al mismo nivel que todos los otros derechos, pero lo que importa, en el fondo, son las herramientas para manejar el cotarro por parte de la clase estatal dominante.

Segunda.- Somos Europa y somos mundo

Ahora, atravesamos Europa de punta a punta sin parar en frontera alguna. Tenemos una moneda común y paridades casi estables con las dos otras monedas globales, el dólar y el yuán. Los capitales, los nuevos “propietarios” son globales y circulan por los continentes sin traba alguna. La bandera está siendo reducida al ámbito festivo/deportivo. Se la ondea principalmente en las competiciones deportivas y en aquellos actos que puedan servir para diferenciarnos de nuestros vecinos, a los que ya no podemos atacar militarmente.

El derecho emana en su mayor parte de convenios internacionales comunes, sea la Unión Europea, sean los diversos tratados (con cesión de soberanía), que planetariamente los estados se someten para garantizar y promover, aún más si cabe, la libre circulación de capitales, personas y mercancías.

Nuestros ejércitos están unificados bajo mandos comunes internacionales, armados por fábricas que ya no son propias y mandados por oficiales extranjeros. Todos ellos actuando en países remotos a los cuales jamás se les declaró la guerra.

Sólo los burócratas, a quienes representa el Sr. Casado y su partido, últimos tenedores de esa mentalidad nacida en el siglo XVIII, están empeñados en una ardua lucha para conservar sus parcelas de poder, parcelas que cada día son más pequeñas. Y por conservarlas, no les tiembla la mano poner en riesgo el estado ni enchironar a los que proponen algo diferente.

Lo hemos comprobado. Una llamada desde Berlín, y se cambia la Constitución.Esa que dicen que es tan “intocable”; y se arruinan sin piedad decenas de miles de familias. Y para ello usamos a esos burócratas por excelencia, a los que llamamos jueces, la “clase” de entre las “clases” de los burócratas.

Tercera.- De la obsolescencia de las herramientas estatales

Y es que, además, como la familia del cuento, para lo único que nos ha servido ese enriquecimiento es para poner vestidos lujosos encima de los harapos morales franquistas y meapilas que nunca hemos abandonado.

Hemos de explicar que, para escarnio de políticos y burócratas, la mayoría de las normas que nos afectan ya no se redactan ni en Madrid, Barcelona o Valencia. Se redactan en Bruselas, desde la década de los 80 del siglo pasado. Que si el Parlamento y el Senado estuviesen cerrados, apenas pasaría nada. Nuestra Constitución se parece más a un queso emmental, con sus agujeros que a un árbol frondoso.

Casado, pero también Rivera y Sánchez, no es que no hayan entendido nada, es que son incapaz de decir a los ciudadanos españoles, que ya no mandan ellos ni sus partidos.

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