El inesperado resultado obtenido en la consulta que debería haber servido para refrendar los acuerdos de paz entre el ejecutivo colombiano que preside Juan Manuel Santos y la organización terrorista Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC-EP) ha provocado notables cambios en todos los actores colombianos implicados en el proceso. Para comenzar, el presidente Santos, que ha cosechado un notable fracaso al haber sido rechazado por más del 50% de los electores su polémico acuerdo, ha tenido que recibir al líder de los que protagonizaban el NO, el expresidente Alvaro Uribe Vélez, e intentar negociar, in extremis, una suerte de pacto nacional con el partido que lidera, el Centro Democrático del resucitado caudillo.

Mientras, al uribismo, junto con sus escasos apoyos en el conservatismo y en las filas independientes, también el resultado adverso les cogió con el paso cambiado y tuvieron que improvisar una nueva estrategia frente al Gobierno. Uribe pronto designó a tres delegados para negociar con el poder, entre los que se encontraban gente de su confianza y del ala más moderada de su partido, y se sentó negociar con el presidente Santos, defendiendo sus criterios e intentando renegociar algunos puntos de los firmados en La Habana y después en Cartagena. Todavía es pronto para vislumbrar acuerdos, pero el punto de partida, en el sentido de que las dos partes se sentaron a hablar, induce a un cierto optimismo y a la apertura de unas conversaciones en las que ambos bandos parecen haber comprendido que necesitan a la otra mitad del país para construir una paz duradera y estable.

ambos bandos parecen haber comprendido que necesitan a la otra mitad del país para construir una paz duradera y estable

Hubiera sido más fácil intentar concitar ese consenso antes de la consulta pero la infinita soberbia y arrogancia de Santos, en la creencia de que obtendría un resultado afirmativo apabullante, impidió siquiera que las dos partes enfrentadas iniciaran un diálogo nacional sobre el asunto. Santos desdeñó un gran acuerdo y se embarcó en las negociaciones con las FARC-EP en un escenario polarizado, dividido y enfrentado como nunca se había visto en la sociedad colombiana en décadas. El proceso de paz, por llamarlo de alguna forma, tuvo su pecado original en el craso error de que más que aunar un gran apoyo social tras de sí sirvió para dividir aun más los colombianos, creándose el insano ambiente de que los oficialistas, junto con todos los partidos que les acompañaban, estaba a favor del fin de la violencia y que los que defendían el NO estaban a favor de la guerra.

La campaña electoral de los que defendían el SI a los acuerdos tuvo como estrategia la polarización del país, en el sentido de que estigmatizó a todos aquellos que criticaban la naturaleza de los acuerdos y que defendían el NO. Con argumentos maniqueos, simplistas y fáciles, tales como decir que estar contra los acuerdos era defender la guerra como única salida para acabar con el conflicto, el oficialismo cargó sus baterías desde todos los medios de comunicación, sin excepciones, y empleó miles de millones de pesos de los fondos públicos para atacar sin piedad al adversario. Uribe y los suyos eran presentados como enemigos de la paz sin matices y sin analizar las causas que les habían llevado a defender sus posiciones.

Necesidad de consenso más amplio

En cualquier caso, y sin entrar en las razones de cada grupo y en las estrategias de campaña, el resultado arrojado por las urnas señala claramente que sin el 50% que votó por el NO no se pueden sacar adelante unos acuerdos de paz con las FARC-EP. Las dos partes tienen que negociar, llegar a un pacto de mínimos que siente las bases para hablar con los guerrilleros, y buscar un gran consenso nacional que enderece el proceso de paz. Subestimar a Uribe, ya que el referendo también tenía como fin su entierro político, ha llevado a esta inmensa e inesperada derrota de las fuerzas del oficialismo, entre las que se encontraban todos las grandes formaciones colombianas -liberales, conservadores, verdes e izquierdistas- y los partidos satélites que apoyan a Santos.

un pacto de mínimos que siente las bases para hablar con los guerrilleros

Con respecto a las FARC-EP, a las que también les sorprendió el sorpresivo resultado que arrojaron las urnas, sus voceros oficiales ya han anunciado que la paz llegó para quedarse y que el proceso debe continuar. El asunto clave aquí es saber hasta dónde están dispuestos a ceder los líderes guerrilleros, pues una renegociación podría dejar fuera del acuerdo algunos puntos fundamentales, como los relativos a la reinserción de los antiguos combatientes en la vida política del país y al desarrollo rural, y cómo sentar en una misma mesa al gobierno, las FARC-EP y los reticentes uribistas. Uribe, por ahora, se niega a ceder en demasía ante los que sigue considerando como una banda de vulgares terroristas y criminales.

Si ya negociar un acuerdo a dos bandas duró años y estuvo plagado de escollos y reticencias por las partes, ahora el desafío de integrar a los partidarios de Uribe en el proceso hará de estas necesarias conversaciones a tres un arduo y complejo esfuerzo de negociación política que implicará hacer concesiones a todos los grupos, una gran capacidad para alcanzar acuerdos y aceptar al otro, teniendo la dignidad para pasar página sobre las afrentas del pasado, y, sobre todo, intentar llegar a un compromiso de mínimos en que nadie parezca haber perdido ante sus respectivas «parroquias».

los plebiscitos y las consultas electorales se convocan para perderlas

Queda claro, tras el Brexit en el Reino Unido y los resultados de Colombia, que los plebiscitos y las consultas electorales se convocan para perderlas, tal como le ha pasado al presidente Santos, que se vio atrapado en su propio laberinto sin ni siquiera preverlo y de una forma súbita. Recomponer este desaguisado, evitando la ruptura del proceso de paz y el regreso a las armas, que sería la peor opción para todos, implicará asumir, en primer lugar, que se está ante un nuevo ciclo político que implicará un gran acuerdo nacional y, en segundo lugar, pero no menos importante, que ha nacido una nueva forma de hacer política en Colombia al margen de los partidos tradicionales y que este voto de castigo al poder deber ser tenido en cuenta.

Santos ha salido derrotado en esta consulta, pero no menos derrotados han salido los partidos tradicionales, como los liberales, los conservadores, verdes y la izquierda, y una clase política acostumbrada a tratar a sus ciudadanos como vulgares lacayos y despreciarlos llegados el caso. De esa desafección entre la ciudadanía colombiana y sus representantes políticos, de ese profundo divorcio, procede la actual crisis que atraviesa Colombia, nuevamente buscando su rumbo en busca de la necesaria paz que demanda una sociedad cansada de esperar en la cola de la historia.

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