Cambiar desde arriba

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Inmigración Barcelona Siglo XX.

La lucha de clases no queda reducida a conflictos salariales, a la lucha por el pan o la salud. En ella se ventila también una manera de contemplar la vida y el hombre.

LUIS MARTÍN SANTOS

Hay un lenguaje, una serie de palabras que dichas en un lugar adecuado o frente a determinadas audiencias producen el efecto esperado por el que las dice, aunque habría mucho que hablar de esto, cuando el emisor es un personaje conocido o un político. Las palabras, los dichos de los políticos suelen llevar su intencionalidad, si no la lleva, que puede ser el caso, siempre habrá un sagaz periodista a la mano para interpretarlas y transmitirla a una audiencia expectante. Vivimos en la sociedad de la expectación, mejor dicho del espectáculo, de la que podríamos hablar en su momento. Ahora, nos interesa reflexionar sobre palabras, mensajes expresados por políticos que, adelantadas de su argot habitual, se quedan en la memoria de la gente, incluso en textos históricos de cierta influencia. Recordemos por lo que se hizo célebre, el entonces alcalde de Jerez de la Frontera, Pedro Pacheco, sus palabras repercutieron en buena parte de los oídos españoles y en muchos más y es que esa mayoría pensaba como él que: «La justicia es un cachondeo». Pero no era de estas cuestiones de lo que quiero hablar, aunque respete todas las opiniones, el legado al que me refiero es más profundo y ha tenido mayor recorrido histórico, además se aleja de cuestiones personales. La idea que me interesa transmitir es la que da título a este razonamiento escrito sobre el tema significativo de «Revolución desde arriba».

Entiendo que para adentrarnos en nuestra historia actual tenemos que conocer la contemporánea que se desarrolla durante el siglo XIX. En este siglo se producen acontecimientos, no resueltos, que llegan hasta nuestros días y que el tiempo no hace más que aumentar las dificultades de una posible solución. Los hechos en historia no pueden repetirse, pero si no se corrigen se multiplicarán en el mismo sentido, esto es lo que ha venido pasando durante mucho tiempo en nuestro país. Miremos los episodios realmente importantes ocurridos en el siglo de referencia. Porque, para desgracia de los habitantes de la vieja Hesperia, sobre todo los del Sur, el siglo empieza con una guerra cruenta contra el invasor napoleónico y un racionalismo larvado que no se atrevió a manifestarse ante una sociedad miserablemente reaccionaria. Una monarquía absoluta capaz de masacrar a los hijos de su propio y querido reino, las masas populares y campesinos hambrientos o intelectuales que darían su vida mirando al mar de la libertad. Siglo en el que las ideas de emancipación recorrían las fábricas junto a los obreros de Cataluña y los caminos de jornaleros andaluces señalados por Bakunin o bajo la pedagógica y atenta mirada de un Paul Lafargue tan inspirado de Proudhon como de su suegro Carlos Marx. Así caminaba un pueblo, «sin pan, sin pan» y sin las tierras arrebatas por los que legalizaron su propiedad gracias a dos desamortizaciones inspiradas por los liberales más progresistas del momento político.

Pero, ¿todo tiene un fin? Los cambios en la historia la protagonizan los pueblos que la hacen avanzar, así fue hasta la «Gloriosa», la Revolución de 1.868 que desplazó del trono a Isabel II y proclamó la Primera República. La esperada república tuvo un tiempo corto, saeteada por intereses foráneos e internos compuesto por una clase dominante que tanto correspondía a terratenientes groseramente diestros en el manejo de miserables jornales, como de unos novatos banqueros, pero finamente diestros en el manejo de las finanzas. No obstante, en la historia de este país nuestro no tenemos que olvidarnos de la Iglesia Católica que siempre tuvo un papel relevante y que se acrecienta en el desarrollo de los nefastos sucesos hasta llegado del Golpe de Estado del General Franco. Dos cuestiones fundamentales tenemos en cuenta en este breve recuento del siglo, de una parte la Desamortización, de otra la Restauración de la monarquía en manos de Alfonso XII de Borbón. Aquí no se restablece sólo a un rey después de una República, con el monarca se construye todo un sistema de poder que, con ligeras variaciones, ha llegado hasta nuestros días. El conocido como sistema Canovista, al parecer inspirado al malagueño Cánovas del Castillo en Inglaterra y recordado siempre con alborozo por Fraga Iribarne. Consiste este proyecto político en un bipartidismo donde dos grandes partidos se turnan en el poder, el llamado entonces como el «turnismo». Así tenemos, una monarquía parlamentaria, con dos partidos que se pasan el papel y el poder cada cierto tiempo. Se trataba del partido Liberal y el partido Conservador, que uno u otro regentaban el poder y para lograrlo tenían como aliados a los Oligarcas y a los Caciques, pero además estaba la Iglesia y por si fuera poco contaban con el llamado «pucherazo», es decir, amañar las elecciones para que saliera vencedor el partido defendido por los poderes dominantes. No olvidemos en esto la influencia de la Iglesia, ni a una población analfabeta casi en su totalidad, ni que eran los terratenientes los que daban los jornales. El bipartidismo que se defendía era una forma de impedir que las fuerzas de izquierda consiguieran llevar a buen término algunas de sus propuestas transformadoras. Se decía, y se dice hoy, que en el bipartidismo caben todas las opciones, pero también es una forma de eliminar los extremos, sobre todo, a la izquierda revolucionaria cuya presencia, en aquel tiempo, amenazaba en las calles, en el campo y en las fábricas, más tarde vendría la influencia de la Revolución Rusa y la construcción de la URSS.

El turno de la dinastía Borbón, Alfonso XII y Alfonso XIII, junto con ambos partidos disputándose la legitimidad ficticia del poder llega hasta el siglo XX y tiene en Antonio Maura Montaner un político especialista para seguir el juego bipartidista de principios de siglo. Maura, liberal convencido, fue la pieza imprescindible para el partido Conservador de aquel tiempo. Se valora a Maura por su defensa de las instituciones y de seguir defendiendo el sistema bipartidista del «turnismo». Maura hizo esfuerzos importantes para la modernización del aparato del estado y acertadamente decía: «Hagamos la revolución desde arriba, si no queremos que otros la hagan desde abajo». Así que el señor Maura defendía lo que él llamaba la revolución desde arriba, Maura y el maurismo fueron virando a la derecha aunque sus ideales, según decían, seguían siendo de una democracia conservadora. Hasta aquí un ejemplo histórico de un sistema corrupto capaz de engañar a la sociedad que lo sustentaba durante más de un siglo. Lo que conviene dilucidar, en nuestro caso, si es posible que se produzca alguna vez una revolución desde arriba como preconizaba el recordado, y por muchos valorado, Don Antonio Maura. Seguro que en su tiempo, aquel atractivo mensaje que ponía en sus palabras al proclamar que desde una ideología de derechas se pudiera cambiar la vida miserable de una mayoría de españoles. Por otra parte, la idea, viniendo de quien venía tendría la certeza de un mensaje interesado, de un aviso a navegantes. Una forma de endurecer la práctica del sistema que con Maura resultó ser el más represivo de su tiempo, intentando hacer leyes antiterroristas que eran sólo un pretexto para de acallar la protesta obrera que bullía en las calles de todo el país.

No acierto muy bien que preguntas podría y podríamos hacernos en estos casos. Aún así, me atrevo a formularla, ¿no han sido nuestras repúblicas un intento de cambiar las cosas desde arriba? Sí, ya sé que las dos eran repúblicas burguesas y que las dos tuvieron grandes problemas por parte de las fuerzas que las componían, tanto por los más centristas como por los partidos de izquierda, porque, en estos casos, con la derecha no es posible contar. Sin embargo, hay que tener presente las fuerzas de la reacción, la ideología y, sobre todo, el papel de la economía, de los grandes empresarios, de la banca, de la extorción a las posibilidades de un cambio. No olvidemos que el capital cuando barrunta que sus intereses pueden peligrar corren despavoridos, sin importarles los perjuicios causados a la sociedad con quien decían convivir olvidando si son justas sus reclamaciones. Son las primeras ratas que salen del barco. Cada 11 de septiembre, no sin cierta amargura, se hace necesario recordar aquel septiembre de 1.973 cuando fue ahogada una posible «revolución desde arriba» de Salvador Allende cambio, que al igual que el de 18 de julio de 1.936, intentaba mejorar la vida social de un país esperanzado. Como contradicciones de la realidad, en la actualidad, tanto los chilenos como los españoles están votando a las fuerzas corruptas de la derecha capitalista. ¿Sería posible recordar alguna vez al poeta José Martí? Pero, sobre todo, ¿sería posible recordar siempre que vivimos en «el monstruo y hay que conocerle las entrañas»?

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