Dice un conocido refrán español que ‘tras la tempestad, viene la calma’. Y otros, más o menos coincidentes en su sentido expresivo, que ‘Dios aprieta, pero no ahoga’ y que ‘no hay mal que por bien no venga’; aunque éste último tenga una versión algo más inquietante: ‘no hay mal que cien años dure…, ni cuerpo que lo aguante’.

Y cierto es que las malas situaciones siempre terminan pasando. Pero en el mar, la quietud y la calma chicha no dejan de ser preocupantes, a veces abriendo una puerta a la desesperación, como anunciando un mal augurio o un presagio de muerte. En todo caso, la tranquilidad siempre tiene su contrapunto en las irremediables turbulencias de la vida.

Lo que estamos viviendo en este momento político, tras la agitada no-investidura presidencial de Rajoy (y antes con la de Sánchez), es justo un episodio de pasividad o de calma chicha que no se compadece con una situación de desgobierno tan grave como la que han estado proclamando los líderes partidistas, y sobre todo el del PP. Es decir, de repente se ha producido una bajada de tensión en la vida pública, palpable incluso en la anodina campaña electoral de Galicia y el País Vasco, sólo alterada con las incidencias que se producen en las causas judiciales protagonizadas precisamente por gente de la política.

Pero, ¿tan importantes o decisivas son esas dos elecciones autonómicas como para que los políticos aparquen sus interés personales en la formación del Gobierno de la Nación…? ¿Cómo o en qué pueden incidir los resultados, ya cantados por la demoscopia electoral a favor de Feijoó y Urkullu, sobre esa necesidad superior…?

Llevando el tiempo que llevamos observando la realidad social, sólo nos cabe vislumbrar dos razones para entender este sorprendente impasse: el hecho de que, a la chita callando, todos los partidos estén dando por inevitables unas nuevas elecciones generales en diciembre, o que se esté preparando de forma silente una tempestuosa lucha para intentar otra investidura presidencial a partir del 25-S, de nuevo sea como sea (en parte podrían solaparse). Cuando se sepa quién puede volver a protagonizarla, resurgirán las peleas y el fuego cruzado entre los partidos y sus afines.

Una batalla en la que, de darse, las huestes populares ocuparían la primera línea de combate, procurando un ‘gobierno continuista’ e intentando forzar otra vez la abstención de los socialistas. Aunque quizás también quepa un mínimo intento de entendimiento tripartito entre el PSOE, Podemos y Ciudadanos, en forma de ‘gobierno reformista’, con una solidez teórica de 188 escaños (85+71+32), por imposible o inusitada que parezca la idea (no insensata).

Lo que sí parece haber caído en saco roto es la posibilidad más razonable de que, desde su potestad, el Rey propusiera un candidato independiente de los partidos para intentar formar un gobierno técnico y de estabilización institucional, al estilo ya vivido de forma reiterada y exitosa en Italia. Pero aceptar esa solución es algo que requiere una grandeza de la que carecen nuestros voraces partidos políticos, aunque tras el 20-D tanto Ciudadanos como Podemos ya la apuntaron, al comprobar las dificultades para armar un acuerdo de gobierno estable (y desde luego porque ni Rivera ni Iglesias se veían presidenciables).

El mes de octubre, y hasta que el día 31 concluya el plazo para en su caso disolver Las Cortes Generales y convocar nuevas elecciones generales, vamos a revivir con toda probabilidad una tormenta política perfecta, que nos puede encender el pelo. Y alentada también desde sectores económicos y empresariales teóricamente externos al PP (o no, que diría Rajoy).

Entre otras cosas, porque la anterior insistencia de los populares para recolocar a Rajoy como presidente del Gobierno, fuera como fuera e incluso con el apoyo de sus mayores oponentes políticos, ha sido tan brutal que cualquier conciliación del tema les dejaría ahora en evidencia o en mala posición ante le opinión pública. Es decir, quedando como quien ha querido matar moscas a cañonazos y con un presidente en funciones que, como candidato, ha sido duramente recusado en el Congreso (él mismo reconoció su temor a ser “apaleado”). ‘No la hagas y no la pagarás’, como advierte un sabio proverbio popular.

Cierto es que de continuar siendo candidato socialista a la presidencia del Gobierno, Pedro Sánchez también ha sido derrotado en otro intento de investidura. Pero a nuestro entender con algo más de dignidad que Rajoy, tras haber aceptado la designación del Jefe del Estado que había rechazado el presidente en funciones, trabajándose a fondo el acuerdo con Ciudadanos (si bien era claramente insuficiente por la marginación de Podemos) y, sobre todo, porque supo poner en evidencia la falta de colaboración del PP, que votó su investidura con un rotundo y legítimo ‘no’, sin considerar ni por asomo la misma posible abstención que después reclamó tan airadamente del mismo PSOE para Rajoy…

Todo ello teniendo por medio a Rivera, que como perejil de todas las salsas luchará briosamente a base de propuestas más o menos gratuitas para no perder pie en el escenario electoral. Aunque, antes que buscar presencia mediática a la desesperada, tendría que decidir si quiere seguir siendo la muletilla de otros o marcar de verdad un territorio político propio entre el PP y el PSOE, evitando que los populares se lo merienden con el ‘abrazo del oso’, como siempre han hecho con sus partidos colaboradores (ese es el gran objetivo inmediato de Génova).

Y con el acompañamiento expectante de los nacionalistas y soberanistas, que esperan encantados ver cómo la política nacional sigue embarrada por la torpeza de sus líderes y el desmedido poder de sus correosos aparatos partidistas (la enemiga en casa o el gran maligno de la partidocracia), que las nuevas fuerzas políticas han asumido de forma realmente frustrante.

De momento, Feijoó -la actual estrella de los populares- no ha dudado en afirmar en plena campaña electoral de Galicia que “con González, Zapatero, Rubalcaba o Vara enfrente no habría bloqueo”. Mientas la socialista Susana Díaz se pasea por los cenáculos conservadores madrileños, un día sí y otro también, pidiendo arteramente que se degüelle al mismo Pedro Sánchez al que ahora ella sería incapaz de desbancar en unas elecciones primarias socialistas, con tal de evitar unos nuevos comicios que muestren cómo el PSOE andaluz se le va de las manos…

Prepárense, pues, queridos abonados, para el totum revolutum político del ‘todos contra todos’ que con gran probabilidad vamos a vivir en octubre, salvo que, por vergüenza de lo visto hasta ahora, los partidos se achanten con una campaña electoral de punto en boca hasta poder abrirla en mejor ocasión. Lo veremos a partir del 25-S.

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