Españoles, pido disculpas. Soy un defraudador; o eso afirman. He defraudado a mi país y me han pillado. Levanto mis manos y dejo que me registren; poco me queda encima. Soy un autónomo culpable de fraude fiscal y yo sin saberlo. Pero ahí estaba avizor la Agencia Tributaria y su ojo selectivo. Yo que soy un hombre de ciencias que no sabe de números y juega a las letras para salir adelante, confié en un hombre de letras que juega a los números para que fuera mi gestor y me ayudara con mis obligaciones como ciudadano. Pero dicho “gestor” resultó no saber ni de números ni de letras y, gracias a sus contravenciones y repetidas negligencias, me topé de repente con mi cuenta y mi salario embargados y con una deuda de casi 12.000 Euros. Esto correspondiente tan solo al ejercicio 2014. La Agencia Tributaria, con su selectivo olfato, actuó como lo hace el tiburón blanco al detectar sangre y siguió mi rastro hasta morderme de nuevo. Resulta que mi antiguo “gestor” (antiguo porque ya no cuento con sus pésimos servicios, no antiguo de viejo) había continuado con su mala praxis durante los ejercicios 2015 y 2016 y las consecuencias, tan solo para mí, no se han hecho esperar: 8.300 Euros más a pagar en doce meses con efecto inmediato.

En el fondo es, dicen, mi responsabilidad que no mi culpa; mi exceso de confianza jugándome una mala pasada otra vez, como aquella en la que me estafaron 800 Euros por un apartamento que no existía y el culpable, en búsqueda y captura, fue declarado inocente por la presunta justicia; o aquella otra en la que me tragué “Stranger Things” porque la masa «seriófila» (RAE) decía que era una buena serie. Demasiada confianza, quizá, el entregar sobres de la Agencia Tributaria, sin abrir, a un pícaro lazarillo en un país plagado de pícaros lazarillos que navegan por los afluentes tormesinos de la estafa con más impunidad que castigo y que continuarán remando por ellos mientras se les permita y las aguas no se estanquen. Mi ingenuidad y aún presente fe en las personas me ha (han) metido en un buen lío del que espero, aunque dudo, salir airoso.

Sin embargo me gustaría destacar el papel jugado por la Agencia Tributaria en todo este entuerto, por si alguien aún duda de su eficacia, tantas veces bajo sospecha. Si bien es cierto que tan solo se han limitado a realizar su trabajo, las maneras de llevarlo a cabo para con mi persona han sido del todo implacables y despiadadas, y no sólo he sentido intimidación sino que su fiereza, evidentemente selectiva, aún me provoca espanto. Reconozco que no soy partidario del uso de anglicismos y que tan solo intento usarlos cuando hablo, escribo o pienso en inglés. Es lo que toca. Sin embargo en este caso y dado el impacto social e inmediatez de reacción que la sola palabra “bullying” provoca, he decidido incluirla una sola vez; en el título, nada más y nada menos.

Pese a que siempre fui un estudiante aplicado y he llevado gafas toda mi vida, jamás, ni en el colegio ni en el instituto ni en la universidad, había sufrido acoso; hasta hace unos meses, cuando apareció en mi vida la Agencia Tributaria, un organismo al que considero artero, voraz, insensible, de nula credibilidad y artes matonescas. Y, revisando las características genotípicas, que no fenotípicas, comunes a los agresores escolares me encuentro con que la Agencia Tributaria reúne, punto por punto, todos los requisitos de base que definen a estos funestos personajes que pueblan nuestras aulas y que se suelen salir con la suya mientras que el acosado considera el suicidio como una vía de escape. A saber:

  • suelen actuar en grupo: véase gestión, inspección y recaudación.
  • son, en su mayoría, varones: las altas esferas del organigrama que dirige y regula nuestro país, en este caso la Agencia Tributaria, adscrita al Ministerio de Hacienda y Administraciones Públicas, no se han caracterizado nunca por su equidad de género ni han permitido que las mujeres vuelen muy alto ni en cuanto a salarios ni en cuanto a derechos. Y, aunque no les guste y no vaya con sus ideas, parece que la moralidad y, sobre todo, la justa presión social, está revirtiendo esto muy a su pesar.
  • Suelen tener un carácter fuerte e intimidatorio con tendencia a las conductas amenazantes: esto me lleva a recordar sus fatigosas campañas publicitarias y sus agresivos mensajes subvencionados con el bote común (“Lo que defraudas tú, lo pagamos todos”, “la Agencia Tributaria actúa decididamente contra esos pocos insolidarios que defraudan”)
  • Su rendimiento escolar es bajo: aunque no en mi caso, es evidente su baja efectividad o gran ineficiencia en cuanto a sus funciones. Digamos que son selectivamente ineficientes. Cuesta creer que un organismo de tal calado sea tan incapaz como para no poder rastrear extraordinarias sumas de dinero desde su aparición hasta su, voilà, desaparición en paraísos fiscales, sociedades o grandes empresas. Creo en la magia pero sé que el conejo sigue estando en el escenario tras la nube de humo; también sé que cuanto más grande es el conejo, más difícil es escondérselo al público.
  • En general, son niños muy ansiosos: son innumerables las notificaciones postales que he recibido durante el último año y las veces que he pisado mi oficina de Correos para recogerlas, como aquel que va a recoger el examen sabiendo que ha suspendido. En dos ocasiones, me llegaron hasta dos notificaciones en un mismo día; una en el buzón y otra en la puerta de mi casa. Tal agitación hizo que hasta me sintiera extrañamente halagado y, en parte, muy responsable de que a este país le vaya como le va.
  • Suelen ser impulsivos y tener poco autocontrol: léase el párrafo anterior
  • Tienden a buscar víctimas fáciles y débiles con el objeto de adquirir una recompensa fruto de su acoso en forma de extorsión y obtención de bienes y/o humillación: no en vano no cesan de repetirnos que los autónomos somos los principales defraudadores, culpables en gran medida de nuestra crisis. Y el mensaje ha calado en ciertos estratos ideológicos o ignorantes. Ya lo decía Goebbels, bruto acosador tirando por lo bajo, «una mentira repetida mil veces se convierte en verdad». No sé cuántos comerciantes, mecánicos o fontaneros harían falta para llegar a los niveles de fraude de los Bárcenas, Rato, Pujol, Granados, López Viejo, Urdangarín y Torres, por citar unos pocos. Intento pensar en la cantidad de piezas de coche pedidas a Alemania no declaradas y cuántas chapuzas de lavabo realizadas sin factura se necesitarían y, sinceramente, creo que siguen ganando por mucho los nombrados más arriba, serios cánceres sociales y bienaventurados escapistas. Yo, que trabajo con material intelectual y mi mercancía son las ideas y las palabras, no sabría ni cómo empezar a defraudar. Cada cierto tiempo, supongo que según el improductivo nivel de hartazgo social, hacen ruido yendo a por peces gordos, generalmente del mundo del deporte. Humo, pamplinas y pocas nueces vayan por tierra, aire o lancha motora, aprovechando que es verano y el famoso de turno estará en su yate rodeado de paparazzi; así el amistoso abordaje quedará registrado de cara al ingenuo público.
  • su actitud general hacia la escuela y el profesorado es negativa, aunque suelen tener algunas relaciones de amistad en ella: y qué mejores amistades que los poderosos. Me ciño a las numerosas y constantes acusaciones de las que son objeto por haber recibido instrucciones y/o haber admitido injerencias políticas en casos tales como la situación fiscal de personalidades o el control político dirigido en los nombramientos de peritos judiciales o ceses y dimisiones de inspectores insurrectos. También se vislumbra amiguismo y puertas giratorias en casos actuales en los que, otrora, altos cargos de la Agencia Tributaria en labores de comprobación y dirección de equipos de inspección o cargos relacionados con la asociación de Inspectores de Hacienda del Estado, abandonaron sus labores para saltar a las altas esferas de dos partidos como Ciudadanos y PSOE, con funciones de gran responsabilidad. No es un secreto tampoco que muchos de los cargos de dirección y de responsabilidad son elegidos a dedo y que están sujetos a un baile de nombramientos y ceses cada vez que entra un partido en el Gobierno y sale otro.
  • No suelen acatar normas en general: o acatan las que les son impuestas, como aquella amnistía que recientemente ha sido declarada «inconstitucional y nula» pese a que allá por el 2012, cuando fue impuesta por un lozano Montoro para salvar el trasero de los malos, ya era «inconstitucional y nula» además de vergonzosa.
  • A menudo justifican la agresión en sus propios prejuicios. Por ejemplo, en el acoso homofóbico, muchos de los agresores son homosexuales. Más de un garbanzo negro y corrupto ha brotado de los algodones de la Agencia Tributaria para luego convertirse en asesor del gerifalte de tal empresa de dudoso objeto social, aprovechando que conoce los entresijos de las cloacas.
  • Gozan de escasa empatía; por no decir ninguna.

 

No me considero un defraudador por mucho que la Agencia Tributaria así se empeñe en hacerme sentir, pero si por culpa de un aciago “gestor” resulta que figuro como tal en sus papeles, no puedo reprochar su labor de detección y lucha contra el fraude. Lo que sí reprocho son sus formas. Y sí reprocho y echo de menos que muestren la misma firmeza, rotundidad y disposición con los verdaderos defraudadores de este país, auténticos culpables de la situación de España. Señores: muestren algo de valor y disparen a los que tienen que disparar, no a los de abajo tan solo para fomentar la competitividad entre sus caninos inspectores incentivándolos con carne cruda en forma de comisiones y que Montoro pueda justificar su ficticia e irrisoria lucha contra la corrupción. Dejen de actuar como si en vez de un organismo respetable fueran maras salvadoreñas y gánense la decencia de la que parecen carecer. Dejen de comportarse como acosadores legales por muy sencillo y apetecible que resulte asediar a un autónomo ignaro en materia económica que se levanta a las 04:30 de la mañana cada día para ganarse la vida de manera honrada y no de la manera miserable y antipatriota de los que llevan la bandera colgada en el retrovisor de su coche oficial. Porque 20.000 Euros para un ciudadano normal y decente es mucho más sacrificio que los miles de millones de los ERES de Andalucía, los Pujol, los Púnica, los Tarjetas Black, los Palau, los Bárcenas, los CCM, los Malaya, los Cursos de Formación, los Gürtel, los Nóos, los Brugal, los Acuamed, los Lezo, los Camps, los AVE, los Pretoria, los…

Ahora ya solo dependo de la justicia y tengo muy pocas esperanzas de que se haga cumplir (a no ser que me apliquen un justo indulto, no como ese con el que premiaron a los malos). Preveo que me voy a quedar sin mi dinero ganado honrosamente y con cara de bobo. Pero me quedaré con la dignidad del que sabe que no ha defraudado y con la integridad del que no compra mentiras. Y yo no las compro. A pesar de que mis abogados tratarán de hacer todo lo posible, la justicia no es igual para todos. Perdón. Presunta justicia, como ya cité al principio. Y aquí les dejo otro lema a cambiar porque lo de que Hacienda somos todos ya chirría. Anoten y actualicen: “Hacienda somos todos los idiotas”.

Visto lo visto y aunque nunca he defraudado ni he tenido la más mínima intención, tengo que decir que ojalá pudiera vivir defraudando a mi país tanto como mi país lo hace conmigo cada día.

4 COMENTARIOS

  1. Pagar impuestos no tendría que ser tan difícil como para necesitar los servicios profesionales de terceros.
    Cuando empezó a declararse el IRPF hace 30 años, yo se la hacía a mi padre, que era trabajador por cuenta ajena. Yo era menor de edad, estudiante de bachillerato y hacía los cálculos en papel. No había programa PADRE ni aplicación web ni ordenadores.
    Vale que un autónomo lo tiene más difícil. Pero, francamente, lo difícil tendría que ser el trabajo en sí, no su contabilidad, que es algo mecánico. Y la declaración de impuestos tendría que ser igualmente fácil.

  2. Me alegra que seas un erudito, Juan , pero no todo el mundo posee tu mente privilegiada y el mero hecho de leer todo eso es una locura, cuanto más entender lo que te piden. Hacer una declaración por cuenta ajena es lo más fácil, y aún así este año metí la pata y tuve que rectificar. No me imagino si fuera autónoma.
    Y yo he sentido las garras de la Agencia en mi propio cuello, también sin comerlo ni beberlo. Por 500€, por algo que ni sabía que hice mal. Y desde entonces, cada vez que recibo una carta con su membrete, se me encoge todo por dentro.
    Solo espero, amigo superdotado, que nunca tengas que vértelas con ellos, tendrás pesadillas de por vida.

  3. Los gestores tendrían que tener una responsabilidad. Pagar un porcentaje de la multa para que se anduvieran con mas ojo. Así se acabaría parte del pillaje

  4. Curioso que sea el gestor quien te ponga en ese brete y con quien descargues sea la AEAT. Comparable con que te envenen, el médico no pueda hacer nada por salvarte, y hagas responsable al médico.
    Prueba a denunciar a tu gestor.

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