La sorpresa del suicidio del expresidente de Caja Madrid, Miguel Blesa en una finca de Córdoba, ha llenado las redes y las páginas de todos los medios de confusión. Confusión por las extrañas circunstancias de la muerte y por las versiones contradictorias que están circulando desde que se encontró el cuerpo.

Según se recoge de los agentes de la Guardia Civil y los testigos, no se duda de que se trató de un suicidio, un suicidio poco común, pero un suicidio. La utilización de armas de fuego como modo de suicidio es poco común en España, pese a que del 1990 al 2000 fuera la segunda forma más elegida para quitarse la vida. Ante un arma de fuego, siempre tendemos a hacernos algunas preguntas básicas como ¿pudo la víctima accionar el arma de esa manera? ¿el lugar de la herida es realmente accesible?

Instintivamente nos cuesta pensar en una escopeta como forma de suicidio, con un cañón largo, una posición que se intuye incómoda, con los brazos alargados intentando presionar un gatillo que de forma natural cuesta presionar… Puede uno imaginarse a Don Miguel, dando el teléfono de Gema, su mujer “Por si la tienes que llamar”, y yéndose a cambiar el coche de sitio. Tranquilo, con el frescor de la mañana, después de desayunar (morir con hambre, para alguien que ha pasado media vida en la cumbre, debía ser poco aceptable), bajar hasta el coche, abrir el maletero y coger su escopeta, una de las suyas, una de las 15 que tenía. Seguramente no sería una escopeta de cazador de pueblo de toda la vida, difícil pensar en eso para alguien de gustos elevados y desde luego, caros. Además, según las fuentes llevaba poca ropa y su escopeta cuando llegó de madrugada. Claro, la dejó en coche, conozco pocos cazadores dispuestos a dejar un arma de coleccionista en un coche por la noche, en una finca de sierra. Pero quien va a preocuparse por que te la roben o te meta un puro la Guardia Civil, si total, te vas a suicidar.

Por franjas de edad, uno de los mayores incrementos de suicidas que se han producido entre 2007 y 2016 corresponde a los que tienen alrededor de 50 años. Los suicidas de esta generación han aumentado un 38% durante estos años. Durkheim ya avisaba de que en épocas históricas en las que habita el desconcierto y la crisis, aumenta el suicidio. Y sin duda en la vida de Blesa cundia el desconcierto y la crisis. ¿O no?

La atribución forense del suicidio es sencilla. La etiología médicolegal del suicidio tiene en cuenta normalmente varios factores, los datos de la escena de los hechos, el resultado de la autopsia, los antecedentes personales de la víctima y la existencia de notas manuscritas anunciando sus intenciones.

Y claro, ahí empiezan las dudas razonables. La escena tiene sentido por la posición del cadáver, el arma y la trayectoria. Pero todo lo demás, tiene escaso sentido. En el 60% de los casos de suicidio nos encontramos con antecedentes psiquiátricos o psicológicos, asociado muchas veces con alcoholismo, o adicciones. Nada de eso parece haber afectado a Blesa, según amigos íntimos y familiares. Los problemas laborales y económicos son casi un 30 % de las motivaciones, pero es difícil de creer que eso fuera un motivo real, para alguien que pese a tenerlo intervenido, tenía aún un gran patrimonio por el que estaba luchando. Quizá pensase que gracias al 115 de la Ley de Encuiciamiento Criminal junto con el 130 del Código Penal, terminaría la responsabilidad penal y salvaría su patrimonio para que lo disfrutase su familia, pero claro, eso sólo se explicaría si no hubiera tenido al abogado adecuado o no hubiera tenido tiempo de revisar sus apuntes de la facultad, porque la responsabilidad civil seguirá viva y se podrá seguir reclamando a sus herederos lo trincado.

Blesa era un personaje en sí mismo, Inspector Financiero y Tributario del Estado, de gustos caros, seguro de sí mismo, luchador, desafiante… No era un hombre improvisador pero no deja ninguna explicación de su muerte. Existen, para buena parte de la población algunas dudas sobre su muerte, que son razonables.

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