Dicho sea lo primero que escribo más desde la pasión que desde un profundo y meditado análisis técnico. El pasado martes en el Stade de France, asistimos a, tal vez, un momento histórico para el mundo del fútbol: la implementación del videoarbitraje.

El resultado fueron 3 jugadas decisivas para el devenir de un partido, re-arbitradas y convertidas en 3 aciertos.

Cuatro serán los supuestos en que se podrá recurrir a este sistema: validez de un gol, jugada de penalti, jugada de tarjeta roja y clarificación de jugadores intervinientes en una infracción.

Lógicamente, esta experiencia piloto se antoja muy escasa para juzgar si realmente va a ser eficiente, pero desde luego resulta emocionante pensar en un partido de fútbol donde solamente el deporte y el juego sean quienes influyan en el resultado.

Boquiabierto me han dejado las numerosas declaraciones en contra de este sistema no basadas en argumentos técnicos o en dudas razonables sobre su aplicación, sino sencillamente en que corta el ritmo de juego. Alguno incluso ha ido más allá diciendo que le quita la salsa. ¡Pero qué salsa!, ¿la salsa de perder una final de Champions por una o varias acciones irreglamentarias? De verdad, ¿un aficionado al deporte se siente bien compitiendo y ganando o perdiendo por una acción ilegal?

Queda mucho camino para dictaminar si esto va a ser bueno o malo para el deporte rey, pero la sensación que recorre a los que queremos un juego y unas competiciones limpias y que no nos divierten las conversaciones de bar sobre la influencia de los árbitros cada semana, es la de que tal vez la envidia sana que tenemos del tenis, pueda llegar a su fin.

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