Durante los años más duros de la Gran Depresión, cuando el desempleo pasaba del 25% en los USA, escritores como Tom Kromer o Sherwood Anderson contaron cómo se encontraron con muchos desempleados y trabajadores empobrecidos que en lugar de echar la culpa al capitalismo se autoculpaban por no haber sido lo suficientemente inteligentes o laboriosos como para salir adelante en la lucha por la supervivencia del más apto. Han pasado cien años y todo sigue igual. En Madrid un vecino me dijo hace poco que con crisis o sin ella “el que no sale adelante es porque no quiere”, en Buenos Aires un señor me comentó que la crisis eterna de la Argentina es que “en este país hay mucho ñoqui que no quiere laburar”, y en Los Ángeles me he encontrado con gente de lo más diversa que te explica la situación de los homeless por su animadversión al trabajo. No culpes al capitalismo, si eres pobres es porque te lo mereces. O sea, te jodes, que dijo Andrea Fabra cuando en el Parlamento español discutían sobre recortarle el subsidio a los desempleados.

Corren tiempos neoliberales donde la explotación laboral es un delirio marxista y la creciente plaga de los trabajadores pobres no puede analizarse en función a ninguna deficiencia del sistema capitalista sino al ocaso de la ética del esfuerzo. “Si a los 40 años sigues trabajando en Walmart o en McDonald’s, cobrando un sueldo de mierda, y necesitado de food stamps, es porque eres un idiota o un vago”, ha dejado escrito un anónimo comentarista al pie de un artículo de Los Ángeles Times. “What you get is what you deserve”, que dicen en Hollywood. Lo que tienes es lo que te mereces. Es una mentalidad extendida por donde vayas. En España la ex presidenta del Círculo de Empresarios, Mónica Oriol, llegó incluso a pedir la eliminación del salario mínimo para los trabajadores “con cero cualificación que no valen para nada.”

Stephen Fincher es un congresista republicano por el Estado de Tennessee afín al Tea Party que hace unos años exigió recortes en el presupuesto para las food stamps echando mano de la Biblia: “¡El que no trabaje que no coma!” clamó Mr. Fincher antes de que el New York Times le sacara los colores (al mismo tiempo que pedía recortes para los pobres estaba recibiendo millones de dólares en subsidios del Estado como propietario de una granja agrícola). Dice Diego Cañamero que en España nadie habla del “PER de los ricos”. Lo mismo pasa en los Estados Unidos, donde el SNAP de los pobres más que de los pobres es el SNAP de los ricos (‘Aceptamos cupones para comida II’). https://diario16.com/aceptamos-cupones-para-comida-ii/

Hace un par de años, Paul Krugman escribió que el problema esencial de la Unión Europea es que “está bajo presión de los puritanos que odian la idea de permitir a los países deficitarios liberarse del castigo que han de pagar por sus supuestos pecados fiscales”. La teoría dominante en la UE es que los países de la periferia sur de Europa tienen altos diferenciales de riesgo de insolvencia en relación a Alemania al ser sus ciudadanos poco productivos. De modo que permitir a Grecia, España, Irlanda, Portugal o Italia -los PIIGS- renegociar sus deudas públicas con eurobonos implicaría transferir privilegios crediticios de las economías solventes a las insolventes, lo cual significaría premiar a las cigarras perezosas y castigar a las hormigas laboriosas.

En verano, la hormiga trabaja duro mientras la cigarra se dedica a cantar y a pasarlo bien y a no hacer nada. –dice Yanis Varoufakis- Después llega el invierno y pone a cada quien en su sitio. Es una vieja fábula. Desgraciadamente en Europa predomina la idea de que todas las cigarras viven en el sur y todas las hormigas en el norte cuando el problema es que hay hormigas y cigarras en todas partes.” Varoufakis atisva otros bichos en la fábula de la crisis: los rentistas especuladores de la Europa rica, con los banqueros de Alemania a la cabeza. Los “nobles vagos”. Cigarras de alta cuna con residencia en paraísos fiscales, esta clase de parásitos además de no producir nada bueno para la sociedad se dedican a buitrear la riqueza que producen las hormigas. Y cuando sus apuestas ludópatas fracasan, no pasa nada, muchachos, Papá Estado viene y les rescata.

“Lo que en realidad Europa necesita desesperadamente son derrochadores perezosos”, dice el rara avis Fabian Lindner, economista alemán anti-austeridad y pro Renta Básica, idea posible económicamente pero imposible en la práctica política porque la opinión pública sigue estando bajo presión de los puritanos. “Yo no mantengo vagos”, que dicen los cuñaos lo mismo en Estados Unidos que en España o la Argentina. Lo que no saben es que están manteniendo a otros vagos mucho más tóxicos, o si lo saben no lo quieren ver.

El viejo puritanismo fue el mayor enemigo al que se enfrentó Franklin D. Roosevelt en los años treinta para poner en marcha el New Deal, que “convertirá una nación de arriesgados empresarios en una nación de débiles de carácter”, según el empresario Ernest L. Swigert. “El welfare destruirá la iniciativa, desalentando el ahorro y ahogando la responsabilidad individual” clamaba indignado con el avance del socialismo welfarista James L. Donnelly, de la Asociación de Fabricantes de Illinois. Casualmente todos estos empresarios recibían generosas ayudas financieras del Gobierno Federal como Mr. Fincher.

Los filósofos que más han influido en el Partido Republicano en las últimas décadas, desde Ayn Rand a Leo Strauss pasando por Marvin Olasky, han argumentado en contra del Welfare State a partir de argumentos puritanos. Hans-Hermann Hoppe, economista de la Escuela Austriaca, se ha mostrado incluso en contra de la sanidad pública porque “liberando a los individuos de la obligación de utilizar sus propios ingresos para garantizar su salud lo que hacemos es perjudicar la educación de sus hijos y el valor de las relaciones de matrimonio, de familia, y de parentesco.” Otro influyente gurú del puritanismo capitalista, Thomas E. Woods, llegó a mostrarse contrario a las pensiones de jubilación porque “debilitan el lazo natural intergeneracional entre padres, abuelos e hijos, por esta y otras razones el Estado del Bienestar significa la desintegración de la familia: incentiva el divorcio, la soltería, las formas de vida alternativas, incluso el maltrato a padres o familiares”. George F. Gilder, el escritor de cabecera de Ronald Reagan, decía por su parte que “el Estado del Bienestar representa un ataque frontal contra la familia tradicional al permitir que los varones abandonen su condición de proveedores económicos de las necesidades materiales de sus hijos y mujeres”.

George Lakoff ha explicado cómo la mentalidad del conservador político y la del liberal económico se funden en la aceptación inconsciente de la moral puritana del padre estricto. Este tipo de moral, especialmente arraigada entre los votantes de derechas, pero también presente de forma inconsciente entre los de izquierdas, presupone que la vida es un valle de lágrimas al que hemos sido condenados por culpa del pecado original, de modo que la mayor parte de la gente consecuentemente da por hecho que hemos venido al mundo a trabajar duro aunque el patrón te pague con cacahuetes.

Hemos pasado de tener que trabajar “como un negro” que se decía en España hasta hace poco a tener que trabajar “como un chino” como dice Mr. Mercadona. ¡Vaya manera de progresar! El trasfondo de la economía neoliberal es profundamente puritano y reaccionario, por eso vivimos en una sociedad atemorizada y esclavizada por el fetichismo de la competitividad. De sobra conocida es la tesis del sociólogo Max Weber sobre la íntima conexión entre capitalismo y protestantismo, pero como dice John Gray lo que ocurre en realidad es que “todo el humanismo liberal es una réplica de la fe religiosa, y la lucha por la supervivencia capitalista está estrechamente interconectada con el mito bíblico del pecado original”. El biólogo Jacques Monod opina exactamente lo mismo: “Las sociedades liberales de Occidente enseñan como base de su moral una repugnante mezcla de religiosidad judeocristiana, progresismo cuentista, creencia en los derechos naturales del hombre, y pragmatismo utilitarista”. En el catecismo neoliberal hay un pecado -la pereza-, un infierno -la pobreza-, y una redención –el trabajo duro y la austeridad. Pecadores de las praderas de la globalización neoliberal, no seais populistas. De las crisis del capitalismo solo se sale con devaluaciones competitivas y ajustes estructurales.

Keynes escribió a primeros del siglo pasado que “hemos sido educados más para luchar que para disfrutar”, lo cual esencialmente viene a ser el mayor obstáculo para cambiar el sistema capitalista y hacerlo más amable y solidario. Cien años después seguimos creyendo que la pobreza es consecuencia directa de la falta de esfuerzo y disciplina, es como si la moderna Ciencia Económica aún creyera en la máxima de San Jerónimo: “Trabaja duro para que el diablo te encuentre siempre ocupado.” La liberación de la represión del placer a la que nos sometió la religión y el patriarcado nos ha llevado unos cuantos siglos. Tan necesaria como la liberación de la represión sexual es la liberación de la servidumbre laboral, liberación pendiente que solo conquistaremos mediante la Renta Básica, idea imprescindible, como observó Bertrand Russell, “para que la desastrosa herencia de la esclavitud económica deje de dar forma a nuestros instintos”.

Paul Lafargue, el yerno de Karl Marx, llegó a la conclusión de que la liberación de la clase obrera no pasa por reclamar el derecho al trabajo, “que solo es el derecho a la miseria”, sino el derecho a la pereza. Pero en realidad eso que llamamos “pereza” no es más que un concepto abstracto y vacío de contenido utilizado por los poderes económicos con el fin de extraer plusvalías a la clase trabajadora. La pereza solo existe en relación a una acción dada, por eso si te llaman vago pregunta siempre en relación a qué tipo de actividad y a qué clase de condición laboral, porque a los esclavos que se negaban a trabajar duro también los llamaron vagos, perezosos, haraganes, indolentes, holgazanes, flojos, inútiles y gandules.

 

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