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Arrimadas y una libélula catalana

Guillem Tusell
Guillem Tusell
Estudiante durante 4 años de arte y diseño en la escuela Eina de Barcelona. De 1992 a 1997 reside seis meses al año en Estambul, el primero publicando artículos en el semanario El Poble Andorrà, y los siguientes trabajando en turismo. Título de grado superior de Comercialización Turística, ha viajado por más de 50 países. Una novela publicada en el año 2000: La Lluna sobre el Mekong (Columna). Actualmente co-propietario de Speakerteam, agencia de viajes y conferenciantes para empresas. Mantiene dos blogs: uno de artículos políticos sobre el procés https://unaoportunidad2017.blogspot.com y otro de poesía https://malditospolimeros.blogspot.com."
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análisis

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El profesor de literatura nos insistía en que, sin la tradición, sin el conocimiento de “lo anterior”, uno no podía encontrar su propia voz, su “ahora”, paso indispensable para avanzar. Resultó que esta tradición se ensanchaba más allá de la catalana, y se extendía a la europea hasta intentar abarcar cierta universalidad humana. Y, después, también resultó que no nos enseñaba a escribir, sino a leer, acto más difícil de lo que parece, pues requiere la misma actitud, pero no lo parece. El agradecimiento a quien devino maestro, nunca se lo di, pues me pareció una falta de cortesía (aunque pueda parecer un sinsentido).

La relación con “lo anterior” puede ser un foco de modernidad. Brancusi, tan estrictamente moderno incluso hoy en día, permite la mirada nueva sobre el arte africano: imaginemos una imagen de una casa súper moderna, paredes blancas y grandes ventanales, donde una máscara Yoruba o Idoma, o una escalera Dogón, fijarán su modernidad. Tal vez la relación moderno/antiguo no venga de las cosas en sí, sino de nuestra propia mirada. Pero esta mirada nace de uno en el paisaje, y el primer paisaje que miramos es el propio.

En el momento álgido de esa boutade de Tabarnia (divertida e incluso interesante para el que no se la cree, rayando el ridículo si uno le da veracidad política) se ha denostado mucho la Cataluña interior, lo que llaman, creen que despectivamente, Tractoralia. Pienso que es una muestra de ignorancia, la expresión de un gran desconocimiento por parte de cierta provincia de Barcelona, de lo que es hoy la Cataluña interior. Antaño, tal vez existía más el concepto de la “segunda residencia”, una casa en el pueblo, y que, como el denominativo señala, incluía una vivencia, un cierto lapso de tiempo. Hoy en día, está más en boga hacer “Turismo Rural”, pero esto es casi un oxímoron: lo rural, precisamente, tiene unos tempos más lentos, más marcados por la naturaleza, que lo urbano; una lentitud por la que el turismo pasa como un

soplo: todo turismo no deja de ser un pasar a una velocidad impropia del lugar visitado. Y, aunque seguramente, nunca antes tanta gente de zonas urbanas había transitado por paisajes rurales, este transitar poco tiene que ver con un conocimiento de los mismos.

De la misma manera que una cultura, incluso para romperla innovando, requiere saber de dónde viene uno (Dalí, Picasso, grandes innovadores para nada vacíos de su tradición), también requiere sentirse partícipe de un espacio cultural, ni que sea para salirse de él, y este espacio no es en un sentido nacionalista, sino “paisajístico”. Si la lengua de uno condiciona el pensamiento porque profundizar en un concepto no es lo mismo hacerlo en alemán que en castellano, o en árabe que en catalán (pues las mismas palabras “ya dicen cosas”), también el paisaje tiene algo que aportar.

Una idea que muchas veces me da vueltas, es la similitud de paisaje entre el interior de la ciudad de Barcelona y de Cataluña. Ambas abarcables, en distancias y pensamiento. Me agrada la particularidad de abarcar barrios tan diferentes en un simple paseo por Barcelona: Sarrià (o lo que queda) y la zona superior de Vía Augusta para adentrarse en Gràcia; desembocar en el Eixample para sumergirse en el Gòtic y descender hasta el puerto y la playa. No es tan largo si a uno le gusta caminar, o si aquellas salidas nocturnas de sábados adolescentes finalizaban en un regreso a pie atravesando la ciudad. Y no es lo mismo el Raval que el Born. O Vallcarca que Horta. Pueden preguntárselo a Manuel Valls, seguramente gran experto en la personalidad de cada barrio.

Cataluña también es pequeña. La costa misma, en no tantos kilómetros, varía sustancialmente de la Costa Brava al Maresme o hasta las playas de Tarragona llegando al Delta. Y en no tantos kilómetros cuadrados, la diversidad entre las planicies de Lleida, los bosques de La Selva, el paulatino aumento de la accidentalidad geográfica pasando del Alt Empordà al Baix hasta llegar a Les Gavarres, contrasta con la alta montaña de los Pirineos Araneses o de los valles bajo el Cadí.

Pienso en todo lo anterior en el Ave, en una ruta que me llevará de Figueres a Zaragoza, Madrid y, luego, hasta Córdoba. Y le doy vueltas a por qué, si he estado más veces en Madrid que en Lleida, o en Sevilla que en Vic, cuando paso la Franja y me adentro en Aragón, dejo de estar en casa. Y es la misma sensación que tengo al ver un debate en el Parlament frente al Congreso de los Diputados: en este último, sean mis representantes unos u otros, veo los diputados catalanes como “invitados”. Como algo coyuntural.

Hay un “modo”, una “manera de hacer y decir” que, sin ser mejor ni peor, permite que las personas se sientan partícipes de un colectivo, de una cultura, abarcando también el modo de expresarse. Es una “diferencia”, y jamás he entendido por qué significar tu diferencia causa que el otro la lea como un juicio (agresivo) de valor. Que moleste. Como si esta diferencia no tuviese cabida. Hay quien se escuda en dar relevancia a los puntos de unión, que está muy bien, pero suelen dejar de lado que esas diferencias nos dan diversidad y que ello, más allá del juicio de valor de cada uno, es una característica humana.

El “modo” del Congreso de los Diputados me distancia, me escinde, porque es un reflejo de esta diferencia. En el Parlament, claro, también ha habido grandes discusiones, y de fuerte contenido (como el famoso <<tenen un problema i es diu 3%>>, dicho por Maragall). No me refiero a que un modo sea mejor que el otro, pues, por ejemplo, tal vez con otra manera de hacer las cosas el Pujolismo corrupto no hubiera durado tanto tiempo. No sé. Ahora me parece irrelevante. Lo que quiero constatar es la irrupción discursiva de Ciudadanos, personificada en Arrimadas, pero extensiva a todas las intervenciones de los diputados de Ciudadanos. Ignoro si es otro modo de hacer, de expresarse, o simplemente una consigna de partido con la intención recaudadora de votos basada en esa agresividad verbal.

Las intervenciones de Arrimadas en el Parlament, prescindiendo de si son en catalán o en castellano (también lo encuentro irrelevante, a no ser que la

intención sea exclusivamente salir en los medios de Madrid y esté haciendo un uso político de la lengua), me sacan de contexto: del contexto catalán. No quiero decir con ello que haya un solo contexto (el mío) y que este sea el correcto, sino que, a mi parecer, me trasladan al modo propio del Congreso. Me parecen eslóganes más dirigidos a salir en un flash informativo de los medios que el intento de debatir argumentos. Ustedes me dirán: ¿y no era un eslogan lo de Maragall con el 3%? Pues seguramente tienen razón, pero, o fue algo solamente puntual fruto de una situación extrema, o esto significa que estoy totalmente cegado por algún tipo de error o perjuicio. O que no sé explicarme bien.

Una libélula. La libélula vuela como a espasmos. Rápida, en todas direcciones. Y se detiene de golpe. Súbitamente, para y descansa. O mira. O calibra. ¿Han visto alguna vez una larva de libélula? Vivo en el campo y tengo la suerte de tener una pequeña “bassa”. En castellano sería “estanque”, pero entonces adquiere un punto algo estético, y la “bassa” es eminentemente funcional. Una “alberca” me parece excesivamente moderna, requiere cemento. En fin, en esta “bassa” he observado bastante las larvas de libélula. Antes de ser crisálida, son terribles: voraces, son capaces de devorar hasta pequeños pececillos. Se nutren incansablemente como quien se alimenta de tradiciones. Se hartan de máscaras africanas o técnicas de dibujo realista; de poemas de Vinyoli o bestias de Ramón Llull; de canciones Panaderas de Castilla o de Haikús de Buson. Pero el estanque o “bassa” es el mismo. Ese estanque, su espacio, sus carencias, sus virtudes, sus posibilidades, otorga un “modo” de volar. Claro, es lo que tienen las metáforas: la libélula empieza a ser un engorro.

El comentario polémico (ya veo venir los calificativos de supremacista y otros epítetos) es que, si aprendo francés lo suficiente como para escribir lo anterior en lengua francesa, eso no me convierte en francés. La lengua es una parte importantísima de una cultura, sobre todo como vehículo transmisor, pero no lo es todo. Hay, también, un “modo”. Es decir, señora Arrimadas (y Carrizosa,

y Roldán), en catalán o castellano, es igual, pero refrénese un poco. Cálmese, descanse. Como la libélula que se posa en lo alto del junco.

***
El ruiseñor
haciéndose caca
en la ramita del ciruelo.

Onitsura (1660-1738)

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