jueves, 28marzo, 2024
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Ardor Guerrero

Jesús Ausín
Jesús Ausín
Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.
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análisis

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La Piara

Había sido una mañana intensa. Era la enésima discusión que tenían. El verraco más viejo encabezaba la comitiva que ya estaba desperdigada por la dehesa. Cada uno a su aire y libre albedrío. Unos comían jugosas bellotas debajo de enormes encinas que mitigaban la justicia del sol del mediodía. Otros pastaban la sabrosa hierba que se extendía, a la solana y en verdes praderas, entre los alcornoques, encinas y robles. Algunos, los menos, descansaban bajo la sombra que proyectaban las frondosas ramas de una encina centenaria. La mayor parte de ellos preferían tumbarse a la sombra, en los alrededores del comedero, junto al arroyo, dónde el amo dejaba diariamente una centena de kilos de adictivo pienso compuesto. No costaba nada. No había que moverse para comer. De ahí la pelea que habían tenido al comenzar la mañana. El cochino Nilamón, uno de los jóvenes de la piara, echaba en cara a muchos de sus compañeros la pasividad y el conformismo. Era más fácil quedarse cada mañana, junto al arroyo, a la sombra, protegidos de las altas temperaturas del mes de agosto, y levantarse para comer en la duerna puesta por el amo, que tener que moverse entre los árboles buscando bellotas o comiendo hierba con la que purgar el exceso de grasa.

Los otros cochinos les miraban con desdén y desprecio. Para ellos sólo eran los bichos raros que se creen mejores que los demás y que siempre están dando la tabarra. Si el amo había puesto allí el pesebre, ¿para qué molestarse en vagar todos los días desde casi el amanecer hasta el atardecer buscando comida? ¿Qué sentido tenía si podían hacerlo allí mismo? Y además sin esfuerzo. Era mucho mejor estar tumbado a la bartola, lejos de moscas, junto al agua que calmaba su sed en cualquier momento, que tener que sufrir bajo el sol que les calentaba los lomos. Y además, para comer bellotas había que andar. Y mucho.

También estaba la estética. El gorrino Nilamón y todos los que como él, pasaban el día de allá para acá buscando bellotas, estaban demasiado delgados para la bella figura de un cochino de lujo cuya misión era la de dar jamones grandes y hermosos. Ellos, los conformistas estaban gordos y fondones. Sus jamones eran espectaculares y el amo estaría muy contento con ello.

Ninguno era consciente de que su fatal finalidad: la de ser sacrificados justamente en pos de ser convertidos en jamón y otros embutidos. Todos sabían cuál sería su final pero lo veían como algo lejano en el tiempo. Por tanto, no les preocupaban las consecuencias de su conducta y estilo de vida. Su única preocupación era el día a día. El no tener que andar. El poder disfrutar, tumbados sobre la fresca hierba, del zumbido de las abejas que se posaban en las flores. Del sonido del agua que cantaba en el arroyo. Librarse del sol del mediodía y de las odiosas moscas que pululaban entre los belloteros.

Entre disputa y disputa se habían adentrado en el mes de octubre. Era raro que ese día aún no les hubieran sacado de la cochiquera. Y el sol ya despuntaba por la veleta del tejado del amo. De pronto se abrieron las puertas del corral y unos humanos vestidos de azul, a los que no conocían, se adentraron en la piara y empezaron a separarlos. Parecía que Nilamón y sus compañeros díscolos iban a recibir una lección del amo porque les habían dejado al fondo de la nave. Los demás fueron arreados fuera del chiquero. Por fin iban a poder comer. Pero lo que se encontraron fue una enorme jaula con ruedas en la que fueron obligados a introducirse. Fue entonces cuando empezaron a preocuparse por su final y fueron conscientes de que Nilamón, Ofelia y sus amigos llevaban razón. Pero ya era tarde.

 


Ardor Guerrero

 

Desde hace algún tiempo, se viene calificando al estado español como un estado fallido. Un estado fallido es aquel en el que fracasan los elementos básicos y necesarios para su funcionamiento y para la seguridad de sus ciudadanos. Es aquel en el que, uno sale a la carretera, se queda colapsado por la nieve y cuando denuncias la falta de información y la de recursos que hubieran impedido entrar en la autopista de peaje, te dicen que la culpa es tuya por querer volver a trabajar después de las vacaciones.

España no sólo es un estado fallido, sino que además es una democracia de cartón piedra. La democracia de este país es un decorado tras el que se encuentra un estado totalitario sin separación de poderes y en el que una oligarquía controla desde el parlamento, al poder judicial, pasando por el gobierno. Lo que está pasando con los políticos catalanes encarcelados por delitos que muchos juristas califican de inexistentes, los chavales de Altsasu encarcelados por una pelea de bar al que le han dado la calificación de terrorismo, los raperos condenados por expresar ideas en sus canciones, los trabajadores de Coca Cola que después de 4 años, tienen que ir a Estrasburgo porque la empresa incumple las sentencias o que el cuñado del rey, condenado seis años y tres meses de prisión, siga paseándose impunemente por las calles de este país, son un termómetro claro de la calidad democrática de España. Si no hay justicia o lo que es peor, ésta no se administra con los mismos parámetros para todos, si no hay separación de poderes, podemos llamarlo democracia, pero sólo será un sistema déspota, arbitrario y autoritario.

El último informe del Consejo de Europa sobre la Corrupción en España deja claro que el estado español actúa como un estado fallido en su funcionamiento parlamentario y judicial. Sus conclusiones son que ninguna de las 11 medidas sobre independencia judicial y lucha contra la corrupción han sido implementadas de manera satisfactoria. Promesas electorales que quedan en papel mojado, regalos sin control, relaciones entre lobbies y políticos ocultas y exentas de publicidad y transparencia. Puertas giratorias. Falta de medidas para la independencia judicial, como por ejemplo que los partidos dejen de controlar el CGPJ, o la falta de garantías de la independencia de la AN o del TS. Este informe deja claro que no hay separación de poderes porque se confunden los poderes legislativo y ejecutivo y el judicial está sometido a la influencia de los partidos.

A un estado fallido se le añade además algo que es mucho más preocupante. La sociedad española es también una sociedad fallida. Una sociedad más preocupada por el “ardor guerrero”, por ideas etéreas como el territorio o el concepto de nación que por las condiciones indignas de la sociedad como pobreza, paro, falta de libertad, condiciones laborales abusivas, corrupción, dejación de servicios sanitarios y educativos (interminables listas de espera sanitarias con más de medio millón de personas en Madrid o los absolutamente demenciales ratios educativos que lleva a tener cuarenta alumnos por aula en Bachiller).

Una sociedad fallida en la que muchos de sus integrantes están tan ciegos y llenos de odio que confiesan públicamente que prefieren la corrupción a que lleguen al gobierno personas que no profesan sus ideas.

España tiene una sociedad fallida que consiente no sólo el expolio, el latrocinio, el cohecho, los tráficos de influencia y las puertas giratorias sino que además está permitiendo que la pobreza, tanto económica como cultural, se extienda como una epidemia. Así en los últimos diez años la sociedad española ha perdido 1,2 % de poder adquisitivo. Además, la electricidad ha subido el 56,69 % entre 2008 y finales de 2017 (y sigue subiendo), el gas más de un 35%, la gasolina cerca del 40 % y el Gasoil un 22,42%. Los escándalos de obras faraónicas que no han servido para nada como el Castor, el Aeropuerto de Castellón o los dos proyectos de aeropuerto fantasma en Madrid además de la “Ciudad de la Justicia” de Aguirre, nos han costado cientos de miles de millones de euros. Todas ellas, acciones propiciadas por quiénes se auto proclaman excelentes gestores y han acabado arruinándonos aumentando la deuda en más de medio BILLÓN de euros. Todo suma en esta ruina económica que están provocando a las familias a través del encarecimiento de productos básicos como la electricidad o el gas.

Adicionalmente, esta sociedad fallida permite abusos como que el Ministro que realiza una amnistía ilegal, reclame a los ancianos miles de euros por no declarar la ayuda domiciliaria como pago en especies en su declaración de la renta.

Consiente también que los amigos estafadores condenados, sean indultados, mientras padres de familia que tuvieron la mala suerte de delinquir para comer, permanecen encarcelados.

Una buena parte de esta sociedad se comporta como la piara de Nilamón. Permanece obnubilada en el sofá viendo el fútbol o las moscas volar porque cree que todo lo que pasa es algo lejano que nunca les llegará a ellos. Y cuando les llega entonces es cuando ponen el grito en el cielo, preocupándose “por lo suyo”.

España no sólo es, por tanto, un estado fallido porque sus instituciones no garantizan la seguridad de sus ciudadanos sino que además estos ciudadanos son consentidores y cómplices, lo que es extremadamente más preocupante. Sin conciencia social del problema, es imposible salir de este caos.

 

Salud, república y más escuelas.

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