Si algo deja claro la pobreza es que, para los no creyentes, las fiestas que incluyen Navidad y Reyes son construcciones meramente económicas. Son solo consumo.
Si una fiesta se basa en consumir y uno no tiene dinero, se queda sin fiesta.
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Ocio y consumo como pilares de una sociedad en la que millones de ciudadanos ya no puede permitírselos. De eso se trata. Y de cómo hemos llegado hasta aquí. Y de cuántos más perderán lo poco que les queda. Y de si esto que sucede, como parece, ha llegado para quedarse.
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En ESTA ENTREVISTA que publicó hace poco Diario16 a Esteban Hernández tras la publicación de su libro Los límites del deseo, el autor hablaba de cómo se parece el proceso de desintegración que vivimos con el que se produjo en algunos países comunistas europeos.
Esto afirmaba:
“Más allá de afirmar aquello de que se privatizan los beneficios y se socializan las pérdidas, podemos decir que nuestro sistema comienza a parecerse mucho a los países comunistas europeos de mediados de los sesenta. Por ejemplo, cada vez menos capitalistas creen en el capitalismo: lo apoyan expresamente porque les genera réditos, igual que los dirigentes comunistas de, digamos Bulgaría, Hungría o la RDA tampoco creían en el comunismo, pero lo defendían porque era lo que les permitía tener una posición de privilegio. En segundo término, es un sistema cada vez más ineficiente, no solamente para la mayoría de la población, sino para el mismo sistema. Hay muchos ejemplos, pero la misma crisis que estamos viviendo fue producto de una enorme cantidad de estupidez funcional que no podía haber tenido lugar en un sistema razonable.”
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Podría así entenderse por qué las élites económicas que nos gobiernan actúan desde hace unos años como si no hubiera mañana.
Siempre tengo la sensación de que, en el fondo, sólo están rebañando los restos de algo que ya se acabó. Rebañándolos como auténticos carroñeros.
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Por fin acabaron “las fiestas” y, sí, mañana será otro día.
