La historia de Carmen Villamide es la historia de tantas personas de la España de los años 50, 60, y 70 que se ven obligadas a emigrar en busca de un trabajo y un futuro mejor.

En los años 60 Carmen es una joven que se viene “a servir” a una familia en Madrid para salir de su pequeña aldea de Galicia. Aquí conoce a José Campo, también gallego, y en el 68 deciden casarse. Después vienen los hijos, primero un niño y más tarde una niña, y Carmen deja de trabajar. José es quien sustenta la familia. En el año 81, surge una oportunidad laboral, a José le sale una portería en la calle Ferraz 61 de Madrid, y toda la familia se traslada ahí.

El edificio tiene 14 vecinos. La portería está en el sótano, y consta de unos 35 metros cuadrados distribuidos en: cocina, cuarto de estar, aseo y una habitación. José divide la habitación con una cortina, el matrimonio con la hija pequeña duerme a un lado y el hijo al otro. Más tarde la cortina será sustituida por una pared con un pequeño ventanuco para ventilar.

Pero José fallece en el 86, un hombre aún joven. Carmen no tiene ni para pagar el entierro y es la familia de Galicia quien debe correr con los gastos. Carmen está desesperada, no quiere volver viuda y con dos hijos, el mayor de 17 años y la pequeña de 6 años, a esa aldea de Galicia de 20 habitantes de donde había salido en busca de una vida mejor.

La comunidad de vecinos le ofrece la solución: puede quedarse de portera con las mismas funciones que tenía José. Es un trabajo duro, físicamente exigente, pero Carmen está profundamente agradecida por esta oportunidad. Las condiciones no son fáciles y más para una mujer sola con dos hijos. Tiene jornada laboral completa, ella debe encargarse de la caldera de carbón de la casa—que consiste en limpiar, sacar la escoria y cargarla tres veces al día—, sacar la basura todos los días inclusive domingos, limpiar el portal, las escaleras, recoger y repartir el correo, tareas de vigilancia…en definitiva atender cualquier cuestión que pueda surgir. Su hija Cristina se acuerda perfectamente de pequeña cómo su madre sudaba para acarrear con la escoria los dos tramos de escalera y sacarlos a la calle “entonces los cubos no tenían ruedecitas” dice. Pero Carmen, amable y servicial por naturaleza, está tan contenta de poder mantener a sus hijos que todo lo que pueda hacer es poco. Los días son un “Carmen eche un ojo a los niños”, o “Carmen lleve los niños al cole”, o “Carmen recoja un paquete” aunque sean las 8 de la tarde.

La situación económica siempre fue “muy justa” recuerda su hija, y José, el hijo mayor, al morir su padre debe dejar los estudios y ponerse a trabajar. Cristina, la menor considera que tuvo más suerte y pudo hacer un módulo de FP, aún así con 18 años ya estaba haciendo suplencias para poder pagarse los estudios.

Pasan los años y los hijos se independizan y forman su propia familia. Carmen sigue en su portería tranquila de que está en su casa y se puede quedar ahí.

A principios de 2016, Carmen tiene 76 años y siguen en activo. Lleva 30 años de portera en la comunidad de la calle Ferraz 61. Pero Carmen está mayor y, aunque todavía se puede desenvolver, tiene principio de Alzheimer. Los vecinos están informados, pero llega un momento que consideran que no puede continuar: hay días que se le olvida sacar la basura, otros días son otras cosas… La comunidad se pone en contacto con Cristina, la hija de Carmen, ha llegado el momento de arreglar los papeles de la jubilación.

En la seguridad social Cristina se da cuenta de que le “miran un poco raro” cuando dice que su madre con 76 años quiere jubilarse. No entienden cómo es que no lleva ya años jubilada. Miran su vida laboral y recibe el bombazo: a Carmen después de toda una vida trabajando no le corresponde nada, no tiene jubilación, porque no ha cotizado el mínimo de 15 años necesarios. Se pone en contacto con los administradores de la finca y les pide una copia del contrato laboral. Descubre que en el año 91, cuando ya llevaba 5 años trabajando de portera, la comunidad de propietarios abre un plan de pensiones a nombre de Carmen Villamide, donde se indica, claramente, de profesión portera, pero no le dan de alta hasta noviembre de 2012, y sólo como empleada del hogar a tiempo parcial. El sueldo 150 euros. Ese mes Carmen cumplía 73 años.

Desesperados, en julio 2016 la familia decide interponer una demanda por el juzgado de lo social, la cita la tienen para noviembre. Pero el juicio nunca llega a celebrarse por un defecto de forma: en ese momento Carmen sigue en activa.

En diciembre 2016 deciden intentar resolver esta situación a través del Servicio de Mediación de Arbitraje y Conciliación, o SMAC, de la Comunidad de Madrid. El 31 de enero de 2017 les contestan que el SMAC está saturado y sobrecargado de trabajo y no pueden hacer nada, directamente tienen que pasar a presentar la demanda para juicio. Son malas noticias. El problema que surge aquí —aparte del coste— son los tiempos, no saben cuánto puede demorarse pero piensan que mínimo 6 meses. Mientras tanto Carmen, que ha tenido un bajón importante en estos últimos 6 meses, lleva desde diciembre en una residencia.

La familia desesperada ha abierto una petición dirigida a la Comunidad de Propietarios de la calle Ferraz 61 de Madrid, que a día de hoy niega que Carmen jamás trabajase de portera. Según cuenta su hija Cristina le han dicho de forma “clara, breve y concisa que era un acto de caridad tener a mi madre en la portería”.

El enlace para firmar es el siguiente:

https://www.change.org/p/conceded-la-jubilaci%C3%B3n-a-carmen-de-77-a%C3%B1os-tras-m%C3%A1s-de-30-trabajando-como-portera

Carmen no necesita la caridad de nadie, simplemente que le den lo que es suyo, y le permitan vivir tranquilamente a ella y a su familia.

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