27/11/2016. Feministas que roban ceniceros de plata.

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Participo en las Jornadas Feministas Fuck Patriarchy de Madrid. El debate trata sobre la “Visibilidad de las escritoras en la Literatura”. Aparece el tema de lo poco premiadas que están las mujeres en nuestro país, sobre el que escribí una vez; se habla de su poca o nula presencia en el canon literario, de cómo no constan en las listas, los medalleros y ese tipo de construcciones.

¿Para qué querría una estar en un canon elaborado por hombres, atento a los hombres? ¿Para qué hemos destinado tanto tiempo a quejarnos porque no estamos donde en realidad no deberíamos estar de ninguna manera, porque no es nuestro sitio, ni ganas? ¿Para qué querría una entrar a una fiesta a la que no ha sido invitada si no es para robar el cenicero de plata?

Me interesa mucho cómo las jóvenes feministas radicales van robando sus ceniceritos de plata.

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Después alguien habla de el “empoderamiento”.

“Empoderamiento” es una palabra podrida de la misma manera que está podrido el término “emprendedor”. El “empoderamiento” se basa en hacerte creer que eres alguien porque consigues que cuatro más te presten atención, porque apareces en algunos sitios, porque te hacen caso, porque te dejan entrar. Todo ¿a cambio de qué? De no ganar dinero.

El dinero es la base.

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Cuando leí Una habitación propia, de Virginia Woolf, me quedé pasmada ante un episodio que luego he oído usar a infinidad de mujeres. La escritora explica que recibe dos noticias al mismo tiempo: la aprobación de la ley que concedía el voto a las mujeres y una herencia de “quinientas libras al año” que iba a recibir por la muerte de su tía.

Por su puesto, el dinero le parecía más importante.

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La diferencia está entre tener dinero o no. Si tienes dinero, eres extravagante; si no lo tienes, loca. Si tienes dinero, eres una conquistadora; si no lo tienes, puta. Y así con casi todo.

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Mañana más. Apago mi cigarrillo en mi nuevo cenicero de plata.


25/11/2016. Exijo saber si Rajoy opina que soy una hiena.

2 COMENTARIOS

  1. También de Woolf en «Una habitación propia», cuando la escritora encuentra cerradas (sólo para las mujeres) las puertas de la Academia: «Pensé cuán desagradable es que la dejen a una fuera; y pensé que, quizá, era peor que la encerraran a una dentro».

    Mágnifica Fallarás: gracias por seguir luchando.

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