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El 25 de noviembre y el asesinato de las hermanas Mirabal

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análisis

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Mientras la mayoría de los comentaristas, politólogos, catedráticos, abogados, periodistas, diputados, dirigentes de partidos políticos, ministros, han dedicado su valioso tiempo a comentar, analizar y juzgar el “conflicto catalán”, nosotras, las mujeres, las insignificantes y olvidadas mujeres organizamos una vez más la conmemoración del 25 de noviembre como el Día Internacional contra la violencia machista.

Mientras las más preclaras mentes, situadas en el espectro de la izquierda, se lamentan amargamente de la violencia desatada por las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado contra los inocentes e indefensos catalanes, que el 1 de octubre fueron a votar en un inaceptable referéndum, que causó algunas contusiones a la ciudadanía, nosotras, las mujeres, las insignificantes y olvidadas mujeres lamentamos las muertes por asesinato machista de 105 hermanas nuestras en 2016, y en 2017 de 80 más, hasta la fecha. Más 26 menores huérfanos porque el padre mató a la madre, más 8 niños que han sido asesinados por su progenitor.

Mientras todas las preocupaciones y angustias se desatan entre las clases intelectuales y políticas para dilucidar lo complicado de las alianzas que se establecerán entre los diferentes partidos en Cataluña después de las elecciones autonómicas, y se repiten y se repiten las declaraciones de los jefes de los partidos sobre las conveniencias y las traiciones que supondrá una u otra preferencia, en España contamos con una media de 15.000 violaciones cada año, 2.500.000 de mujeres maltratadas habitualmente, y las centrales sindicales informan de que el 75% de las trabajadoras sufre acoso sexual en su empleo.

Mientras ocupan todas las portadas periodísticas y las pantallas televisivas los comentarios y conclusiones sobre las resoluciones de los jueces en los procesos de los ex consellers y dirigentes catalanes, en Pamplona se está juzgando a cinco criminales que violaron en grupo a una muchacha de 18 años, el 7 de julio de 2016. Los acusados arguyen que este acto fue consentido, preferido, deseado, incluso inducido por la propia víctima. Versión que ha debido ser atendida por los magistrados cuando aceptaron como prueba de la defensa una investigación realizada por una agencia de detectives sobre la vida y costumbres de la joven después de la violación, mientras rechazaban adjuntar a la causa los washaps que se intercambiaron los miembros de La Manada antes de su hazaña. Y las mujeres, las insignificantes y olvidadas mujeres hemos tenido que manifestarnos una vez más en la calle contra semejante parcialidad.

Nunca en toda la historia del terrorismo se utilizó una tal argucia por parte de ninguno de los defensores de los terroristas. Ningún juez hubiera admitido jamás que después de haber cometido un atentado contra cualquier persona, los criminales hubiesen justificado su acción explicando que la víctima tras el ataque salía con los amigos, se reía y cantaba o tomaba vinos con su pandilla mientras se fotografiaba. Y ningún político ni comentarista hubiera defendido semejante defensa.

Hoy ningún político ni comentarista de los que se ocupan de asuntos importantes ha dedicado una hora de su precioso tiempo a escribir o a hablar de esta masacre continuada que nos afecta a las mujeres. Si las cifras de víctimas que he expuesto se refirieran a atentados terroristas se habría decretado Estado de Excepción en el país y el ejército patrullaría por las calles. Si se estuviera celebrando un juicio contra cinco terroristas que hubiesen asaltado a un político, la prueba aportada por la defensa, y aceptada por los magistrados, de que el agredido estaba tan contento después del atentado, habría causado un enorme escándalo mediático y esos políticos y comentaristas, que se ocupan de asuntos importantes, hubiesen dedicado decenas de horas de su precioso tiempo a protestar, inquirir y hasta insultar a los jueces.

Pero estamos hablando de una mujer, insignificante y olvidada, que no merece la atención de los y las importantes comentaristas políticas y sociales, embargadas por la preocupación de los acontecimientos de Cataluña y la elección del Fiscal General del Estado. Y a los que ni los feminicidios continuos ni la violación de la muchacha de Pamplona los emociona, ni aun siquiera en esta fecha simbólica del 25 de noviembre.

En 1999 la ONU designó el 25 de noviembre Día Internacional contra la Violencia contra la Mujer para conmemorar con ello los asesinatos de Minerva, Patria y María Teresa Mirabal, ordenados por el dictador Trujillo de República Dominicana el 25 de noviembre de 1960. Los cuerpos de las tres hermanas Mirabal se encontraron en el fondo de un acantilado en la costa de la República Dominicana. Habían sido muertas a garrotazos. Formaban parte del grupo de oposición política al dictador “Agrupación Política 14 de junio”.

La mayoría de las asociaciones feministas del mundo no conocen el horrendo suceso que dio origen a su conmemoración, pero a partir de la declaración por la ONU saben honrar adecuadamente en esta fecha a las víctimas de los miles de feminicidios, violaciones, palizas, mutilaciones, acosos sexuales, ablaciones genitales, encierros, marginaciones y opresiones que sufren las mujeres en todo el planeta, por el solo hecho de ser mujeres.

La opresión de la clase mujer se manifiesta con más crueldad que de ninguna otra manera en el maltrato que soporta. No solamente se la margina en el trabajo, se la condena a la pobreza con las diferencias salariales y la falta de promoción laboral, no solamente se la excluye del poder político, de las grandes decisiones económicas, del reconocimiento cultural, artístico y científico. Sobre todo se la mantiene en la situación de explotación y subordinación que le corresponde para cumplir su destino femenino, mediante la violencia.

Ya se sabe que el poder político se mantiene tantas veces utilizando la represión directa mediante la violencia de la policía, pero las mujeres la sufren cotidianamente en su casa, en la escuela, en el trabajo, en la calle, como una situación inevitable, como un destino irremediable por ser mujer. Porque el Estado, que es el garante de la protección de sus ciudadanos no lo evita. Del maltrato machista no las libra ni la legislación, con esa inoperante y falaz Ley de Violencia de Género, y ahora el esperpéntico Pacto de Estado completamente inútil, ni la protección de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, ni el poder judicial, siempre tan comprensivo con los maltratadores, los violadores y los feminicidas. Y tampoco merecen la atención de los importantes comentaristas que todos los días escriben y parlotean sobre el “conflicto catalán”. Ni aun siquiera en esta fecha simbólica del 25 de noviembre.

 

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