Hakím Ahmad Mohamed despertaba con un fortísimo dolor de cabeza. A su lado, también lo hacían unos tetrabriks de vino vacíos, aplastados entre la suciedad. Tan aplastados como sus convicciones religiosas. Ya no creía en nada.

Envuelto en dos mantas raídas y sobre unos cartones desgastados, Hakím amanecía bajo el puente pequeño que en otro tiempo había alojado un riachuelo. Ahora seco, muerto, como tantas cosas que quedan dentro del área de expansión de una gran ciudad.

Ya hacía mucho que obtuvo la licenciatura en medicina en la Universidad de Damasco. Título de médico que en la actualidad había cambiado por el de Refugiado.

Esa noche, la del 24 al 25 de diciembre había sido un tanto rara. El último sueño que recordaba, nada mas despertar, le inquietaba en extremo.

Una luz deslumbrante, sonidos metálicos, campanas, trompetas estridentes.

A la sensación extraña, se sumaba que desde el primer transeúnte de la mañana, el paseador de perro y todos los demás que prosiguieron: parejitas enamoradas, niños en bicicleta, jóvenes jugando con su balón nuevo, todos sin excepción le habían dicho “hola Santa Claus, hei Santa Claus, alló Santa Claus ”

Gente loca ¿Qué pretendían, humillarle, reírse de él? Malditos infieles.

A duras penas Hakím, con el cuerpo dolorido, apaleado por la noche fría y la resaca de alcohol, recorrió el tramo de camino hasta la fuente en la que cada mañana lavaba sus manos y su cara, atusaba su pelo y su barba, ya demasiados crecidos.

Al asomarse frente al agua clara, el doctor Hakím Ahmad Mohamed sufrió un shock ante la visión. El reflejo le produjo un estado de hilaridad inusitada. De su garganta surgió una carcajada tremenda. Un viento gutural que recorrió las copas de los árboles. Despertó a la pequeña lechuza que acababa de conciliar el sueño. Levantó en desbandada a palomas y demás aves que sorprendidas volaron huyendo, sin rumbo. Un huracán sonoro que rebotó en los edificios más altos de la urbe. Que recorrió las calles empedradas del casco antiguo. Un sonido que no dejó a nadie indiferente.

Por todas partes sonó: “HO HO HO”.

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