23/11/2016. Rita desde la ficción criminal.

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Rita Barberá a la salida del Congreso, la semana pasada.

Voy a dejar a un lado la ética y la política, si se me permite. En fin, la política relacionada con la ética, que no es mucha. Solo puedo explicar cómo veo lo sucedido tras la muerte de Rita Barberá –y desde que se le echó del PP– desde el crimen. El crimen real, que está cosido a todas las junturas del Partido Popular, y el relato criminal de ficción.

A la Rita Barberá que vimos saliendo del Congreso de los Diputados el pasado día 17, no hace ni una semana, le había costado vestirse. Le había costado colgarse el collar, ponerse los pendientes, cargar con el abrigo, que llevaba sobre los hombros como quien arrastra un muerto. Esa mujer otrora poderosa había acarreado hasta el Congreso el fardo en el que se había convertido su vida.

Trató de sonreír y en esa mueca crujieron Andrea Levy, Javier Maroto y Pablo Casado.

Esa mujer no comprendía por qué su banda había enviado a los chacales jóvenes a que le destrozaran los tobillos, las pantorrillas, los muslos. Esas no son las formas de la banda, esas nunca han sido las formas de ninguna banda, debía pensar recordando la imagen de Felipe González acompañando a Vera y Barrionuevo, aquel frío día de febrero de 2003, hasta la misma puerta de la prisión de Guadalajara, y junto a González, la plana mayor del partido.

He pedido que dejen a un lado la ética. No juzguen.

Hoy, aquellos que soltaron la correa de los chacales han denunciado “una cacería”. Y claro que ha habido una cacería. Pero no tiene nada que ver con los medios de comunicación ni con la política entendida como ejercicio ético, ni con el funcionamiento de la Justicia, ni con nada de todo eso que se encuentra fuera de la ficción criminal que marca el funcionamiento de algunos partidos. Criminal viene de crimen, usemos las palabras adecuadas.

Cualquiera que conozca de cerca el funcionamiento interno de un partido sabe de crímenes, de crueldad en estado puro, de delaciones, de puñaladas. El poder es sucio y callarlo es un acto de idiotez o de ignorancia. También se sabe que en esas bandas no se abandona así como así a un miembro, mucho menos a una de las viejas glorias poderosas. Buen ejemplo de ello son los muy menores en comparación Soria o Fernández Díaz.

La Rita Barberá que salía el jueves pasado del Congreso de los diputados, tras vestirse en un esfuerzo descomunal, cargaba sobre los hombros el abrigo muerto y la perplejidad de quien acaba de descubrir que se han roto las reglas más básicas. La banda le había mandado los chacales y ni siquiera Aznar, el correoso patriarca retirado que hoy reprendía a los suyos, dio la cara por ella.

Barberá acarreaba el fin de un mundo, y menos de una semana después ha muerto.

***

Desde que he oído esta mañana la noticia de su muerte, me ha sido imposible calzarme la mirada de periodista. Solo puedo mirar este asunto desde la narradora de ficción. Hablar de crimen, eliminar la necesidad ética que a veces tanto nos dificulta ver las cosas como son.

***

Mañana más. Periodismo, claro.


22/11/2016. Un tal Garganté.

3 COMENTARIOS

  1. Magnífica reflexión, Cristina. Esa realidad fría y cruda que tú describes me parece un retrato fiel de lo que ha acabado con la ex-alcaldesa valenciana. Suscribo todas y cada una de tus palabras.

  2. Muy bueno Cristina: en estas bandas no se abandonan así como así, es decir tiene que ser muy gorda la que han liado, y no quieren hacer creer que la habían imputado por 1000 euros, ¡que personajes más siniestros!.

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