El 21-D y otras elecciones crispadas

En aquel lejano 2004 los catalanes se volcaron con mayor decisión y sentido de responsabilidad que el resto de los españoles a la tarea más necesaria de aquel momento trágico: asegurar la expulsión de La Moncloa de los “criminales” del PP

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Es un lugar común lo poco fiables que son las intenciones de voto que se investigan en tiempos de crispación, y más cuando los máximos responsables del desasosiego monopolizan, por ley, un derecho a la violencia que nadie les discute. Allá ellos si abusan, mientras en el horizonte haya urnas que puedan poner a cada cual en su sitio.

Ante tanta desconfianza hacia los expertos, para especular sobre el 21D he acudido también a la memoria, además de los CIS, las Metroscopias y demás sondeos que solo valen lo que dura el instante de la pregunta. Y siempre que las respuestas de muchos entrevistados no hayan sido inteligentemente embusteras, actitud respetable porque pertenece al libre albedrío y que resulta incluso digna de encomio cuando se practica en defensa propia contra las amenazas que se atisban.

He buscado nuevas respuestas en acontecimientos viejos, pero siempre que sus principales parámetros respeten los del evento que hoy nos interesa. Al igual que probablemente a usted, lo que me ha venido a la cabeza han sido las urnas más crispadas de la historia reciente. Si, me estoy refiriendo a las generales del 14 de marzo de 2004, no creo que sea necesario extenderse aquí en los detalles que las rodearon. Voy a comparar los resultados que se produjeron en Catalunya y España, y de las citadas de 2004 con las anteriores del año 2000, también en ambos territorios. 

Si usted ha llegado hasta aquí y sigue leyendo lo comprenderá en unos instantes. Por mi parte solo he tenido que dedicar un cuarto de hora en Internet y cinco minutos para hacer sumas, restas y porcentajes de resultados y diferencias. Si lo quiere intentar, le recomiendo la web de información electoral de 20minutos, muy manejable. Al precio de mi tiempo de hoy me ha costado mucho menos de lo que me quitan para pagar cada CIS. Lo mismo que a usted, como contribuyente de este Reino de España, que nombro así para no herir las susceptibilidades de aquellos a quienes tanto les molesta lo de recordar que vivimos en una “monarquía borbónica restaurada por el asesino Franco”. Y, por cierto, más caro este CIS que ninguno, pues hemos tenido que pagar el suplemento de un 155.  

Sí, en 2004 millones de personas acudieron a votar ofendidas por la gran mentira de Aznar, Rajoy y los demás embusteros de aquel Gobierno de este mismo PP. Y contra ese partido votaron todos los que conservaban dos dedos de frente o medio de dignidad, por mucho que a ZP y sus “triunfadores” les haya costado dios y ayuda reconocer que aquella victoria no la habrían conseguido sin el crimen contra la moral del contrario.

Aquella muy merecida derrota del PP se sustanció en tres días, pero aunque para el 21D habrán transcurrido ochenta y uno las encuestas dicen que los catalanes no serán capaces de de ir a votar sin que les pase por la cabeza, al menos un instante, la imagen de los aporreados por las tropas de Rajoy, esos dos millones que se atrevieron a acudir a otras urnas que, aunque fueran chinas e “ilegales”, resultaron ser las más valientes de la historia y fueron defendidas por sus propios votantes con las papeletas del referéndum en las manos. Otra cosa es que alguna otra de las ofertas presentadas por los tres del 155 podría concitar muchos de los apoyos que sin duda perderá el PP.

Pero recordemos lo que interesa: ¿Cómo se portaron los votantes catalanes y los del resto de España ante el escarmiento electoral que había que dar al PP en 2004?

Pues resulta que en el año 2000 el PP consiguió en Catalunya 768.318 votos y el 14M de 2004 únicamente 626,107 votos. Es decir, 142.211 votos menos o, lo que es lo mismo, perdió el 18,5% de los alcanzados en las urnas de la mayor victoria de Aznar.

En cambio, en el resto de España, es decir, sin Catalunya, el PP sumó 9.552.860 votos en el año 2000 y 9.137.037 en 2004, lo que significa que perdió 415.823 votos. Es decir, solo un 4,4% menos.

Desde el punto de vista de los catalanes y su “modus vivendi” con el PP que gobernaba en España, se puede recordar 2004 con una serie de hechos que aún NO habían ocurrido. No habían alentado ningún boicot al cava ni a otros productos de Catalunya. No habían recogido firmas contra un Estatut aprobado con todos los procedimientos legales. Tampoco lo habían recurrido ante el TC ni el TC lo había desdibujado en 2010. No habían ordenado y ejecutado ningún apaleamiento a votantes. No habían aprobado un decreto para facilitar que miles de empresas trasladaran su sede fuera de Catalunya. Y, para terminar, aunque sin agotar los malos eventos, tampoco habían destituido a ningún Govern armados con una versión del 155 que a las entendederas de cualquiera va mucho más lejos del texto constitucional, cosa que, en cambio, nunca sentenciará el Tribunal Constitucional mientras Rajoy siga en La Moncloa.

Pues a pesar de que todas esas ofensas contra Catalunya no se habían producido, resultó que en aquel lejano 2004 los catalanes se volcaron con mayor decisión y sentido de responsabilidad que el resto de los españoles a la tarea más necesaria de aquel momento trágico: asegurar la expulsión de La Moncloa de los “criminales” del PP, dicho así por puro respeto a la Justicia, pues cada vez son más los jueces que emplean ese calificativo para referirse a los de Rajoy, y también porque estamos haciendo referencia a las consecuencias directas de la participación española en la ilegal guerra de Irak. ¿Quién podría asegurar que no hubo allí “crímenes” de guerra?

Y como no dedicarles el recuerdo de cierto detalle a los que acusan de insolidaridad a los catalanes independentistas. Sí, aquel terrible atentado de los trenes no se había producido en Barcelona, sino en Madrid, por lo que bien podrían haber decidido que eso no iba con ellos. Pero no. Y qué vergüenza la del electorado de Madrid que, desde el centro del dolor por los muertos y la humillación por la gran mentira del gobierno, solo hicieron perder al PP 49.195 votos de los que les habían concedido cuatro años antes. Es decir, solo un 3%. Por debajo incluso de la media de España sin Catalunya. ¿Acaso estaban embargados por una especie de masoquismo colectivo en los años dorados de Aguirre, Gallardón, Granados, González y resto de aquella mafia ocupante de todas las instituciones públicas madrileñas?

A pesar de lo que decía al principio sobre la desconfianza hacia los sondeos en tiempos crispados, no pueden disimular sus alegrías los hoy premiados por la ruleta demoscópica, tan fútil siempre como en ocasiones cruel. Un CIS realizado a finales de noviembre los ha envalentonado. “A por ellos” terminaba García Albiol su primera intervención en campaña, más contento por dentro que unas pascuas por los progresos de su competencia directa, la de Ines Arrimadas, mientras el PP que lidera se hunde en ese y en el resto de sondeos. Seguramente ni uno ni la otra han prestado atención a la encuesta que acaba de publicar elnacional.cat realizada a primeros de diciembre en la que los independentistas mantienen la mayoría absoluta en el Parlament.

Quizás es el momento de recordar a los “triunfadores” en las estimaciones lo muy caro que cierto partido está pagando la “sentencia” del 26J real que desmontó el autoengaño que había servido para sustanciar la maldad del 4 de marzo inmediatamente anterior, en una sesión de investidura fracasada en el Congreso de los Diputados.

Para mi próxima entrega sobre Catalunya analizaré otro proceso electoral distinto, pero también con votantes convocados en Catalunya y el resto de España. También se realizó después de que el electorado fuera sometido a maniobras y ofensas sin cuento por parte de los que constituyeron un gobierno de transición. Unos hechos muchos más recientes y que no dejan de enviarme parecidos con lo del 21D.

¿Sabe usted a qué otras urnas me estoy refiriendo? 

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