Foto Agustín Millán Año 2004.

Mi última novela, “La dulzura”, es una historia de amor en el 11-M de 2004, escrita para ser leída desde la hermosura (lo mínimo que merecen las víctimas), donde fueron asesinadas 193 personas (el mayor atentado contra la UE) en 4 trenes que procedían del municipio de Alcalá de Henares, próximo a Madrid, cuyas 11 bombas estallaron en la estación de Atocha, los vagones de la anexa calle Téllez, y las estaciones del Pozo y Santa Eugenia, barrios obreros capitalinos. Este domingo se rindió tributo a las víctimas, el tercer año consecutivo donde las fuerzas políticas acudieron unidas a los actos. ¿Y los anteriores qué? Fue una vergüenza, sigue ocurriendo en Vascongadas con las víctimas de ETA, que hasta entonces no lo hubieran hecho. Sus razones tenían, peregrinas, epidérmicas ante una infamia que no admite retóricas ni arbitrariedades. Hasta no hace demasiado, parte de los dos grandes partidos, PSOE y PP, realizaba una utilización de las víctimas de cualquier terrorismo a modo de arma arrojadiza, consiguiendo que no se reuniesen y creando recelo entre ellas.

Aquel tiempo parece haber concluido.

Los egos legítimos de las organizaciones (cada cual tiene el derecho a defender a su difunto con mayor vehemencia que los demás, faltaría más) fueron exacerbados desde ese sector de la política, que destinó recursos diferentes según la orientación ideológica de cada asociación, y, lo mismo que un pepito grillo, susurró a sus dirigentes medias verdades para controlarlos, ignorando porque no habían sufrido  tamaña infamia, que al familiar del asesinado le cuesta licuar las palabras en la razón y las mastica en las entrañas, pues la caída de su pariente en un atentado terrorista nunca se supera, se convive con ello, siempre sobre la emoción. Muchos se resistieron a los viciados cantos de sirena, destacando la que, a mi entender y el de otr@s, en el victimario vasco, es el referente moral por antonomasia, Mayte Pagaza.

Empero, la clase política sigue sin entender (su último homenaje lo considero para la foto y la galería y no para el corazón; de lo contrario se hubieran ocupado el resto del año, ciertas fechas, en homenajear a los caídos el 11-M, tal y como ocurre en USA con el 11-S) que a las víctimas del terrorismo nos la traen al pairo las palmaditas en la espalda, y que lo que buscamos es la reparación moral de nuestros fallecidos, algo que ningún gobierno ha encarado. Conocí a Gregorio Peces Barba, antiguo presidente del Congreso de los diputados y Alto Comisionado para las Víctimas del Terrorismo. Descanse en paz. Nunca perdió la capacidad de fraternidad ni su bondad natural, en su último cargo en especial con las víctimas. Sería de rigor que el presidente del gobierno nombrase un nuevo Alto Comisionado para las Víctimas del Terrorismo, que existe en la marca España. Ahora va a ser que las víctimas del terrorismo valemos menos que la marca patria. Que se lo pregunten a la aguerrida Pilar Manjón, que, después del 11-M, habiendo perdido a un hijo, elevó su voz dolosa, clara, alta y razonada demandado reparación, justicia y comprensión. Viendo su esplendida figura y escuchándola en los diferentes medios durante años, mientras defendía lo apremiante, desatendida por  los poderes públicos, más allá de una oración amable recibida con intencionalidad, la de cosechar un maldito puñado de votos, se me caía la cara de vergüenza ajena, por el politiqueo.

En el 11-M, el Madrid combativo (la primera capital en vencer a Napoleón) y su ciudanía fueron un solo ente de solidaridad: se volcaron con los muertos, los 3.000 heridos y sus familiares. Los madrileños que no viajaban en los trenes y carecían de parientes o amigos en ellos sintieron el atentado como una afrenta personal, a su espacio, Madrid, y a su privacidad, que fue comprometida al padecer la impotencia e indefensión ante el ataque irracional del fanatismo yihadista. A resultas se condenaron a 18 personas, pero se paró de investigar quién ordenó la matanza, alguien que vivía en un desierto o una montaña mujaedin, lo cual ruboriza y repugna. Se debe exigir que se reabran las pesquisas. Las víctimas del 11-M estarán tranquilas cuando se descubra al criminal que ordenó la masacre.

Las víctimas del 11-M representan una conciencia vigilante que fortalece las reglas de la democracia, un recordatorio perenne de las personas que han caído por haber escogido vivir en un sistema de opciones. Su libertad ha sido yugulada, y por eso ninguna de las muertes ha sido en vano, porque se les ha despojado de voz en una sociedad donde todas son aceptadas, así que su desaparición obedece a la lógica de la resistencia contra la barbarie, a la historia, unas veces bella y otras cruenta, de una comunidad que avanza unida bajo la bandera de la verdad, de la legalidad.

Los llevaremos en el alma con un amor incondicional hasta el resto de nuestros días.

1 COMENTARIO

  1. Lo que tampoco se puede olvidar es que, con motivo de los atentados del 11-M y las ELECCIONES GENERALES a los tres días después, periodistas como Pedro J y Casimiro García Abadillo y el locutor Federico Jiménez Losantos idearon y mantuvieron una serie de teorías sobre una conspiración de varias instituciones del Estado contra el Gobierno de España.
    En su larga e intensa campaña mediática que duró más de nueve años, estos periodistas de las teorías de la conspiración difundieron falacias y difamaciones contra policías, jueces y otros periodistas.
    Las teorías de la conspiración tuvo su origen en Moncloa, donde Arriola, Acebes, Zaplana…., cuando se cometieron los atentados del 11-M, dijeron: si ha sido ETA la autora de los atentados, barremos, si han sido los islamistas nos damos por jodidos».
    En el libro «Las Bombas del 11-M. Relato de los hechos en primera persona» del Comisario de los TEDAX, Sánchez Manzano, Amazon 2015, al que, en su 2ª edición, ha incorporado más de 50 documentos oficiales, donde se constata el nefasto y aberrante comportamiento profesional de periodistas como Pedro J (Pedro José Ramírez), Casimiro García Abadillo y Jiménez Losantos.
    Esto tampoco se puede olvidar

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