♫Yo soy, español, español…♫

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Arrebato

El agua tenía un color rojizo. En las orillas, junto a la hierba y entre los matojos, una banda de color negro crecía a lo largo de la ribera. Un fuerte olor a orín de gocho impregnaba el ambiente. Pero no eran cerdos. En Valdorros hacía años que ya nadie tenía chanchos ni siquiera para la matanza que hacía tiempo que había quedado en el recuerdo. Flotando en el agua, unas extrañas manchas navegaban cual armada invencible dispuesta a invadir la dehesa.

Corriendo, el alguacil fue a buscar al sacristán y este subió a la iglesia. “Tin, tin, tin, tin, tan, tin, tin, tin, tin, tan, tin, tin tin, tan….”, las campanas llamaban a arrebato. Los vecinos acudieron a la plaza del Ayuntamiento. -¿qué es lo que pasa?– Preguntaba el herrero. ¿Dónde está el fuego?, porque tengo una vaca a punto de parir y no he visto el humo – , comentaba el adobero. El sacristán y el alguacil intentaban poner paz, aunque tampoco ellos sabían muy bien lo que estaba ocurriendo. Poco a poco, corrillo a corrillo, los vecinos fueron informados de las manchas negras de la orilla del río, del color rojizo y de los costrones que flotaban en el agua. Del olor no hizo falta porque ya cubría toda la atmósfera del pueblo.

Crispín, el hijo del herrero, contó que, la peletera que estaba río arriba, era la responsable de haber envenenado el río. Por eso no estaba allí el alcalde. Él era el gerente de la fábrica.

Todos los vecinos clamaban contra el alcalde y la maldita fábrica que iba a envenenar la caza y el ganado que estaba en la dehesa. El ambiente estaba muy crispado. Tanto que, el alcalde, dispuesto a entrar en la plaza a explicar lo sucedido, temió que le dieran una paliza y se quedó allí, en el callejón del Che, escuchando y espiando sin ser visto. El chófer que le había llevado hasta allí, preocupado por el cariz pendenciero que estaban tomando las cosas, le dijo al alcalde:

déjemelo a mí que yo lo soluciono. Usted permanezca aquí escondido hasta que yo le diga

El conductor entró en la plaza por otra calle. Todas las miradas se dirigieron hacia él. Todo el mundo pensaba que detrás iría el alcalde. Pero el alcalde no llegaba. Pasados unos minutos, el empleado de la fábrica le comentó a Francisco, el cabrero, que si se había enterado de lo de la Susana.

Y qué le ha pasao a la Susana, si pué saberse, -preguntó Francisco -.

Que le han hecho un bombo, – dijo el conductor-.

¡Pero si ni está casá, ni na!

Fíjate. Imagina cómo debe de estar su padre.-contestó el chófer- Dicen que ha sido uno de Mangurria.

Un cuarto de hora más tarde, todos los corrillos en la plaza cuchicheaban sobre la preñez de Susana y hacían cábalas sobre la paternidad del futuro nieto del carpintero. Algunos comentaban incluso que deberían acercarse al pueblo aledaño y buscar al responsable. -“Estos mangurrinos siempre han sido muy cabrones y muy chulos” – decía el alguacil.

Nadie hablaba ya del vertido tóxico de la peletera. Cuando entró el alcalde en la plaza, fue totalmente ignorado. Subió al balcón del ayuntamiento y dijo:

Señores, todo el mundo a casa que yo me encargo.

Y todos los vecinos abandonaron el sitio del ayuntamiento.

 

 


 

Yo soy, español, español,….

 

«El carlismo se cura leyendo y el nacionalismo Viajando» Pío Baroja.

 

Nunca he experimentado ese ardor que lleva a la oscuridad del entendimiento hasta el punto de querer dar la vida por un trozo de tela (que encima es la reminiscencia de algún noble o rey absolutista o ni siquiera, como en el caso de España, porque tan sólo era un estandarte, obtenido en concurso público, para distinguir a los barcos de la marina del rey en la mar). Por supuesto, entiendo mucho menos del otro ardor, generalmente asociado al anterior, que lleva a las personas a creerse mejor o distintas de otras por la única razón de haber nacido aquí o allá. El nacimiento es un suceso circunstancial que no elegimos y por tanto no depende de nosotros. No creo que haya cualidades especiales o distintas por haber nacido en Cozuela (Burgos) o a cuatro kilómetros en Añés (Araba). No creo que un nativo de Fuentes de Oñoro (Zamora) sea muy distinto a uno de Vilar Formoso (Portugal) ambos distanciados por nacimiento en apenas 3 kilómetros y sin embargo de nacionalidades distintas. Sin embargo, parce que el lugar de nacimiento provoca en algunas personas un sentimiento de pertenencia que les llega a nublar el intelecto. Debe de ser el mismo tipo de sentimiento que lleva a un hincha del Betis a odiar a muerte a su primo del Sevilla. Y esto me lleva a pensar que ese sentimiento nacionalista es tan primitivo como el del corzo que marca con la orina su territorio y se lía a mamporros con aquel otro macho que ose acercarse. Si hemos sido educados para dejar de lado la violencia ante cualquier revés de la vida, si existen métodos racionales de solución de disputas, deberíamos ser educados para obviar ese sentimiento de pertenencia a un trozo de tierra, que nos hace incluso acabar peleándonos por una sinrazón. Es verdad que entre barrios aledaños o entre pueblos cercanos siempre ha existido una rivalidad, a veces demasiado tirante. Pero ya nadie se lía a mamporros con el del pueblo asuso sólo por discernir quién es más guapo.

Todo esto puede parecer un pensamiento profundo. Sin embargo es algo tan liviano, tan habitual y tan fácil de descubrir que los sinvergüenzas de las mordidas, los sobres, las comisiones ilegales y las contabilidades en B, hace tanto tiempo que lo tienen controlado que, cuando quieren implantar una cortina, desviar el foco hacia otro escenario para que, como en el caso de la historia que ilustra este artículo, la tensión fluya hacia otros parajes más beneficiosos (o menos perjudiciales) para ellos, la banderita o la españolidad son recursos habituales.

Hemos visto pues, como el día de la fiesta nacional (que todos los países celebran), el 12 de octubre, unos abrían las dependencias municipales y otros llevaban al juzgado (éstos siempre utilizan el juzgado para sus componendas) a los anteriores por “mancillar” la sagrada fiesta de la hispanidad (eufemismo del día de la raza de Franco). Claro que no he visto que esos que tanto apego le tienen a la nación pero que se llevan el dinero a Suiza o contratan Offshores en Panamá o Bahamas para no pagar impuestos aquí en la patria, hayan ido al juzgado contra los grandes almacenes y supermercados que han abierto sus tiendas el doce de octubre. Y eso que los de Badalona no obligaron en la apertura a ningún trabajador y los tratantes, sí.

Unos patriotas de cartón piedra que, como cuenta Correa en el juicio de la Gürtel, tienen el dinero en Suiza

El españolismo es la zanahoria atada a un palo para que el burro camine. Una zanahoria que sujetan esos que se llenan la boca de España, y que quieren tanto a la patria que, en cuanto pueden, fijan sus residencias en Suiza o Estados Unidos dónde el pago de impuestos es mucho más liviano. Unos patriotas de cartón piedra que, como cuenta Correa en el juicio de la Gürtel, tienen el dinero en Suiza, adjudican contratos públicos a cambio de cuantiosas mordidas (que luego se llevan a paraísos fiscales) o que como apareció en los papeles de Panamá, concentran sus cuantiosas riquezas en sociedades offshore para evadir impuestos. Patriotas de hojalata que utilizan sus programas televisivos para envenenar al personal con soflamas sobre la peligrosidad de algunos políticos que no les son afines, mientras tienen sus fortunas en Sicavs, que serán muy legales, pero que están constituidas como forma de evadir impuestos. Todo el patriotismo metido en sus carteras. Patriotas a los que la patria se la trae al pairo porque la utilizan para seguir manteniendo poder e influencia.

El sábado miles de personas salimos a la calle a protestar contra los tratados contra la patria: el TTIP, el TISA y el CETA. Ninguno de los patriotas estuvo allí. Entre otras cosas porque son ellos los que negocian, de espaldas al pueblo y contra los intereses nacionales, para que las grandes corporaciones, las multinacionales, puedan dejar de lado legislaciones laborales, comerciales y derechos, saltar por encima de tribunales y de las justicias nacionales y europeas y dirimir sus “conflictos de intereses” en organismos «ad hoc» constituidos por ellos mismos. Estos patriotas deberían explicar que, con estos acuerdos, empresas como Coca Cola, podrán hacer lo que han hecho en Fuenlabrada cuando les plazca y de forma legal. Que no pagarán vacaciones, que los seguros sanitarios como la seguridad social no serán obligatorios y que no habrá negociación colectiva y por tanto, si ahora nos parece escandaloso que uno de cada cinco salarios sea inferior a los 300€ mes, pronto serán cuatro de cada cinco. También deberían explicar estos patriotas de chichinabo que con estos acuerdos, estas empresas podrán vender productos transgénicos de peligrosidad no establecida, medicamentos en los que no se haya probado su inocuidad, ganado lleno de antibióticos, clembuterol y otros productos de engorde artificial y por ejemplo, jamón de Jabugo curado en Pensilvania o vino “Rioja” o “Ribera del Duero” elaborado en California. O queso de Cabrales curado en una nevera en Amelia (Nebraska). Deberían explicar éstos, a los que de España sólo les interesa el dinero de nuestros impuestos, porqué una vez aprobados estos tratados, no podrán volver a recuperarse aquellos servicios públicos como el agua, la sanidad, la enseñanza o la educación que se hayan privatizado. Deberían explicar qué harán cuando el agua sea tan mala que tengamos que comprarla embotellada (a esas mismas compañías) para poder beber. Que harán cuando los pobres no puedan acudir a un hospital si no tienen para pagar la factura y como evitarán que las epidemias se extiendan. Deberían explicar que harán con nuestros jóvenes que, aunque quieran y valgan, no puedan estudiar porque no tengan recursos con los que pagar la matrícula y como evitarán que se concentren en la calle, formen bandas y se dediquen al delito como forma de entretenimiento y para salir adelante.

Parece que hay ocho millones de patriotas a los que todo esto les importa un rábano. Ellos viven exentos de peligro en su Gran Hermano, su MHV, su Salvados, su ARV, su Ruletas de la fortuna, su Ahora Caigo, sus noticias de vecinas chismosas de una Grisso cualquiera… Ocho millones de enfermos de peperismo a los que les importa un bledo que les roben, que les quiten la sanidad y la educación o que la electricidad sea la más cara de Europa y el agua un bien escaso, malo y caro. Porque lo peligroso de España está en Venezuela. El peligro está en los que le han ahorrado a Madrid mil millones de deuda. Es el cambio lo que produce inestabilidad, porque no saben qué va a ser de sus pensiones aunque en dos años, los que están, hayan dilapidado el fondo de reserva y haya muchas posibilidades de que en dos más, ya no haya pensiones tal y como las conocemos. Ocho millones cuyo peperismo se curaría apagando la puñetera televisión y leyendo, y su estúpido nacionalismo, pasando un par de meses en Somalia o haciendo la travesía de un refugiado cualquiera.

 

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